domingo, 24 de octubre de 2010

Antes y después de Reyna

Escribo este artículo como mamá de una niña especial. Sólo alguien que ha pasado por lo mismo sabe lo que se siente, lo que se padece, lo que se sufre. Pero sólo alguien que ha pasado por lo mismo sabe lo que se espera, lo que se aprende, lo que se ama.

Por eso puedo entender en su completa dimensión la extraordinaria labor de Reyna Benzecri de Benmergui. El jueves 14 de octubre asistí a una cena para celebrar los 51 años de su actividad en la Asociación Venezolana de Padres y Amigos de Niños Excepcionales, AVEPANE. Reyna, una mujer de mundo, elegante, exitosa en sus negocios, jet setter internacional, cambió radicalmente su estilo de vida para encargarse de su hija Ingrid, que había nacido con discapacidad. Pero no se limitó a ocuparse de Ingrid. Reyna sintió la obligación de ocuparse de quienes  estaban en las mismas condiciones que su hija, pero desasistidos. De allí salió la obra más importante que hay en este país en educación especial, y su ejemplo ha motivado a otras personas a seguir su camino en términos más especializados.

Reyna llegó a la cena en su silla de ruedas. Saludó a todos con hablar pausado. Y nos conmovió que aquella mujer en apariencia frágil, tenga planes y proponga ideas todos los días, y sea un ejemplo para todos quienes tiene a su alrededor.

“La historia de la educación y especial en Venezuela tiene un antes y un después: Reyna Benzecri” dijo Alfredo Beracasa, presidente de AVEPANE, anfitrión y sobrino de la homenajeada. Me conmovió ver cómo la familia entera está abocada a tan importante obra. Su sobrino, Julio González Filesari, también miembro de la junta directiva, se refirió a que “AVEPANE es otro hijo de Reyna”

Reyna ha sido la aliada de miles de personas para entender lo que pasa, para aceptar lo que pasa, para superar lo que pasa. Ha enseñado a miles de padres a ver la vida de otra manera, a contar el tiempo de otra manera, a sentir de otra manera. A llorar sin preocuparse de que los vean llorar y a ser felices con los pequeños triunfos de sus pequeños.

Reyna es un pilar y ejemplo de fortaleza, voluntad y coraje y una amiga incondicional para aquellos a quienes la vida les ha impuesto una prueba tan dura. Me siento muy feliz de tener esta oportunidad de decirle, por su obra, por su mística, por su generosidad, ¡gracias, Reyna, mil veces gracias!

Rescate fantástico

Cientos de millones de personas, durante setenta días, tuvieron los ojos –y el corazón- puestos en Chile. La historia de la odisea de los treinta y tres mineros desaparecidos, atrapados en la mina de San José y exitosamente rescatados, tuvo en vilo a todo el mundo todo el tiempo que duró.

El rescate fue un tremendo éxito del gobierno del Presidente Piñera, pues se realizó con eficiencia, destreza y pulcritud. No se escatimaron esfuerzos y todo salió como estaba planeado.

Desde que comenzó la operación seguí paso a paso su desarrollo, como tantísimas personas. Y me emocioné no sólo porque estaban vivos y bien, sino porque más allá de esos hechos felices, el rescate me hizo recuperar la fe en la Humanidad. No es fácil tener fe en la Humanidad en estos días. Menos en una situación como la que vivimos en Venezuela.

Sí, sentí mi fe recuperada por el compañerismo que demostraron esos hombres. Por la entereza de carácter que tuvieron en todo momento. Porque entendieron que debían deponer cualquier atisbo de egoísmo si querían salir con bien del trance.

Sentí mi fe recuperada cuando vi al Presidente Piñera manifestar oportunamente angustia, esperanza y alegría. Sentí mi fe recuperada por su humildad, su liderazgo y su discreción. Me encantó ver que se comportaba como el jefe de todos los chilenos, y no sólo de un sector del país. Que no basó el rescate en las creencias políticas de nadie.

Sentí mi fe recuperada al ver la convicción inquebrantable de esos mineros, de sus familias y del pueblo chileno en que todo saldría bien.

Sentí mi fe recuperada al ver las manifestaciones de amor de los mineros y sus familiares. Qué hermoso es atestiguar que la gente se quiere. Y aunque sé que algunas promesas se hicieron por la coyuntura y la intensidad de la experiencia, estoy segura de que los lazos de cariño se afianzaron y se magnificaron.

Sentí me fe recuperada por la mística del equipo de trabajo. Por su tesón y entusiasmo. Porque fueron incansables hasta que rescataron al último de los mineros y enarbolaron su pancarta “¡Misión cumplida!”

Y sentí mi fe recuperada por algo tan hermoso como que todas las personas de buena voluntad alrededor del mundo se unieran en el único deseo de que hubiera un final feliz para personas que jamás en su vida habían visto. 

lunes, 11 de octubre de 2010

Rector Magnífico

Es mucho lo que se ha dicho y se ha escrito sobre el Padre Luis Ugalde, SJ. Sobre todo en los últimos meses, al cesar en sus funciones como Rector de la UCAB. Sin embargo, todo lo que se diga sobre él no será suficiente para describir la trascendencia de su obra en Venezuela. Los venezolanos le debemos eterna gratitud a este compatriota nacido en el País Vasco, quien a los diecisiete años se despidió de su familia para siempre y al adoptar nuestra patria como la suya, ha sembrado luces, esperanzas y valores.




El jueves pasado tuve el honor de ser invitada a un almuerzo en homenaje suyo organizado por el Espacio Anna Frank. La oradora de orden fue Paulina Gamus, quien una vez más demostró ser una de las intelectuales más brillantes de este país. Sus palabras fueron descriptivas e ilustradoras, ejemplarizantes y sentidas. Quiero compartir con ustedes parte de ellas.



Paulina evocó la foto que hace unos meses publicó El Nacional en la que aparece el Padre Ugalde tomado de ambos brazos por jóvenes universitarios. Esa imagen "es un honor que corresponde sólo a quien tiene un liderazgo genuino".



Paulina hizo suyas las palabras del Premio Nobel Eli Wiesel, sobreviviente de Auschwitz:



"Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, sino la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia ante la vida y la muerte".



Y es que el Padre Ugalde es uno de los grandes protagonistas de la lucha cívica de estos tiempos borrascosos, porque nada le ha sido indiferente. Estoy segura de que los hijos de nuestros nietos y todos los que vengan después, conocerán por sus libros de historia de Venezuela que a finales del siglo XX y principios del XXI ese sacerdote jesuita luchó con toda su energía y su talento, su alma y su corazón, para que nuestro país se consolidase como una democracia verdadera, se eliminasen las injusticias, se instaurase la paz y hubiese prosperidad para todos.



Quiero terminar con las palabras de Paulina citando a Shimón el Justo en el Pirkei Avot, el Libro de los Padres: "El mundo se alza sobre tres pilares: el estudio, el servicio divino y los actos de bondad". Se alza, precisamente, sobre personas como el Padre Ugalde.

martes, 5 de octubre de 2010

Aguasanta Valderrama Ruiz

Aunque Cecilia y Aguasanta Valderrama Ruiz eran gemelas, no había dos personas más distintas en el mundo. Desde pequeñitas, a pesar de que eran dos gotas de agua, podía reconocérselas fácilmente por el carácter: mientras Cecilia siempre estaba seria, Aguasanta era un cascabel. De bebé, Cecilia era insoportable. Había cambiado el día por la noche y lloraba toda la madrugada sin cansarse. Aguasanta, en cambio, dormía la noche completa desde que tenía diecisiete días. Cecilia no aceptó a la nodriza. Aguasanta se pegó a la Negra Loló desde que nació.




En unas fotos de estudio que les hiciera un fotógrafo a cambio de una consulta médica que el padre de las gemelas, el doctor Valderrama, no le cobró, Cecilia salió enfurruñada viendo para el piso en el par que le tomó. De Aguasanta hizo unas veinte, cada una más hermosa que la otra.



Cecilia se llamaba así en honor a una tía abuela, que murió a los diecisiete años, tapiada mientras bordaba en el terremoto de Cumaná de 1853. En la casa conservaban la mesa que encontraron a su lado y el pañito sin terminar.



- La mesa es de Cecilia, ya lo saben – decía su madre.



Aguasanta debía su nombre a una parienta que ayudó a los patriotas cuando emigraron a Oriente.



- Menos mal que me llamo como una viva y no como una muerta – le decía Aguasanta a Cecilia.

- No seas necia, las dos están muertas desde hace tiempo, y la tuya no poseía ni siquiera una silla – le respondía Cecilia.



Cecilia jugaba con una muñeca que cuidaba más que a su vida. Era una de dos muñecas idénticas que les habían traído de París los acaudalados tíos Ruiz. El destino de las muñecas fue tan distinto como las mismas hermanas: la de Aguasanta no duró entera. Le cortó el pelo. Le quitó la ropa y se la puso a una gata. Un par de semanas después, lo que quedaba de muñeca después de que un perro callejero la mordisqueó, yacía cogiendo sol en el patio.



Cecilia era una alumna modelo. Era la niña ejemplar, favorita de las monjas y maestras. Agusanta era la oveja negra del colegio. No la echaron porque el doctor Valderrama era el médico de la congregación. Pero Cecilia resentía su conducta… y su popularidad.



Un día Cecilia corrió para llegar a su casa. Su madre, Doña Antonia Ruiz, la preocupó verla llegar tan atafagada, despeinada y con los zapatos sucios de barro. Era algo totalmente inusual en ella, que siempre regresaba impecable, igual que como había salido.



- Cecilia, hija, ¿qué te pasa?

- Mamá, no te imaginas lo que hizo Aguasanta – dijo con la respiración entrecortada.



Doña Antonia suspiró.



- Mamá – continuó Cecilia y las lágrimas corrieron por sus mejillas – A Aguasanta la botaron de clase porque estaba fastidiando, y en vez de irse para la capilla, donde la mandaron a rezar, se fue para el cuarto de los trastes. Allí encontró un traje largo azul claro, desteñido, y se lo puso. Luego se fue a la capilla, quitó a la Virgen del pedestal… ¡y se montó ella! Cuando entramos estaba montada en el pedestal viendo hacia el techo, con las manos juntas ¡como si ella rezara, mamá!

- ¡Dios mío santo y bendito! – dijo su madre – ahora ni tu papá la salva. ¿Qué voy a hacer con esa niña?...

- ¡Ay, mamá, qué avergonzada estoy! Yo no quiero volver al colegio. Todas me van a señalar…

- ¿Y dónde está tu hermana?

- Venía detrás de mí, pero yo corrí para contarte. La Madre Superiora la castigó y le pegó con la palmeta, pero a ella no le importó – lloró Cecilia.



Pero a Aguasanta no la botaron del colegio, y el doctor Valderrama soltó una sonora carcajada cuando se enteró de la travesura de su hija.



- Aguasanta es más bella que la virgen que tienen las monjas en la capilla – dijo.

- ¡No te rías, Agustín! – le imploró su mujer inútilmente. Cecilia resentía el abierto favoritismo de su padre por su hermana. También resentía el desorden económico que imperaba en su casa.

- No hay con qué comprar la comida – anunciaba su madre.

- ¿Qué vamos a comer? – preguntaba Cecilia con angustia cuando sucedía eso.

- Mango, chica, comeremos mangos. ¿No ves cómo están las matas cargadas? Comeremos mangos y Loló puede preparar chocolate con el cacao de la mata del patio – respondía Aguasanta.



El doctor Valderrama hacía una lista de los pacientes ricos que había atendido, y mandaba a la Negra Loló montada en la burra a cobrarles. A los pobres jamás les pasó factura. El cobro les permitía vivir holgadamente hasta que, nuevamente, se acababa el dinero. Por eso Cecilia cuando se casó, administró con rigor hasta el último centavo.



Ya de adolescentes, Aguasanta era el alma de las fiestas. Tenía un enorme éxito con los muchachos. No así Cecilia, quien la miraba de lejos. Hasta el día que saliendo de la Misa de Santa Inés conocieron a Eduardo Alcántara, quien acababa de llegar de Caracas donde se había graduado de Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas, y era hijo de los Alcántara Silva, amigos de sus padres. Eduardo quedó prendado de la belleza de las gemelas, pero como sucedía usualmente, la personalidad de Aguasanta lo cautivó. Pero Cecilia quedó cautivada por Eduardo y decidió que esta vez su hermana no se saldría con la suya.



Eduardo comenzó a visitar la casa de los Valderrama. Aguasanta se levantaba en el medio de la conversación y se iba para el jardín. Eduardo se quedaba conversando con Cecilia y la señora Valderrama, pero era evidente que su atención estaba puesta en la puerta por donde había salido Aguasanta.



- Hace mucho calor – decía Eduardo con frecuencia - ¿por qué no nos sentamos afuera?

- ¿Para dónde se habrá ido esa niña? – preguntaba doña Antonia.

- Si quiere la voy a buscar – se ofrecía Eduardo.

- No se moleste – le decía Cecilia – yo la busco – y salía lívida de la rabia, mordiéndose los labios.



Cuando encontraba a Aguasanta, ésta se reía.



- Está desesperado esperando que yo regrese, ¿verdad? ¡Me encanta que se ponga así! – le decía a Cecilia.

- Nada desesperado, pero eres una maleducada. Mamá dice que vengas a recibir la visita.



Cecilia se afligía cuando veía que todos los dulces que preparaba, los bordados, cualquier cosa que hiciera por atraer la atención de Eduardo, eran infructuosos. Él sólo tenía ojos para su hermana. Un domingo a la salida de misa Eduardo, en un aparte, le dijo:



- Cecilia, quiero hablar con usted.



A ella se le iluminó la cara y sonrió. Era poco usual que sonriera.



- Como usted se habrá dado cuenta, estoy enamorado de Aguasanta, pero creo que ella no me corresponde.

- ¡Ay, Eduardo! – le respondió Cecilia, tragando grueso – no sabe usted cuánto lo siento. Usted tiene todas las cualidades para que una joven se enamore de usted, pero Aguasanta es como es.

- ¿Usted podría preguntarle qué siente ella por mí?

- Sí, claro, pero no le doy esperanzas…

- Por favor, Cecilia. Yo sé que ella hace esas cosas para llamarme la atención. No crea que no lo he advertido…

- Hablaré con ella, se lo prometo.



Esa noche, Cecilia abordó a su hermana:



- Si no te gusta Eduardo, no veo por qué le tienes que dar falsas esperanzas.

- ¿Y quién te dijo que no me gustaba? ¡Claro que me gusta! Es sólo una táctica para enamorarlo más.

- No te lo creo. Si estuvieras enamorada de él, quisieras estar siempre a su lado.

- Si es por estar a su lado, quien está siempre a su lado cada vez que viene eres tú, y no te ha servido de nada, hermana… le gusto yo.



Cecilia sintió que le hervía la sangre.



- Claro que no, sólo trato de ser lo que tú no eres: amable – le respondió.



Pero esa noche no pudo dormir pensando en las palabras de Aguasanta “¡Claro que me gusta!”… No lo podía permitir. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por evitarlo.



Cuando Eduardo las visitó el lunes en la noche, Aguasanta se disculpó. Cecilia aprovechó un momento en que Doña Antonia se levantó para decirle:



- Eduardo, hablé con Aguasanta.



Eduardo se levantó de su silla.



- Dígame, Cecilia, por favor, antes de que regrese su señora madre.

- Ella no está interesada en usted.

- ¿Cómo?...

- Verá, ella está enamorada de otro… por favor no diga nada…



Eduardo se despidió temprano. Cecilia quedó consternada. Aguasanta intuyó que algo andaba mal.



- ¿Qué te pasa, Cecilia? – le preguntó cuando se acostaron a dormir.

- Nada, nada.

- ¿Te gusta Eduardo, verdad?

- No, para nada…

- Pues lo disimulas muy mal…

- A mí me gusta, no te lo voy a negar… pero no me enamora. Me divierte tener al soltero más cotizado de Cumaná comiendo en la mano. Pero si a ti te gusta, es tuyo… te lo regalo – le dijo Aguasanta.



Cecilia la miró con desconfianza.



- Te dije que no me gusta – le repitió.

- Pero yo sé que te gusta. Nunca le habías puesto tanta atención a nadie. Tú nunca te habías puesto a prepara dulcitos con tanto denuedo. ¡Y los bordados! Hasta le ganas a mamá. Ya te lo dije, te regalo a Eduardo.

- No, gracias, Aguasanta, eres muy generosa, pero Eduardo no es hombre para mí.



El martes Eduardo se excusó de la visita vespertina. Y también el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado. El domingo a la salida de la misa, se acercó a saludar. Cecilia lo saludó con frialdad. Aguasanta, en cambio, lo recibió con una espléndida sonrisa.



- Debo reclamarle que nos haya abandonado, Eduardo – le dijo

- ¿Quiere decir que usted, digo, ustedes, me han extrañado? – preguntó esperanzado.

- ¡Claro que lo hemos extrañado!



Eduardo reanudó las visitas, y Aguasanta siguió abandonando el salón cada vez que él venía. Cecilia sentía una rabia creciente por su hermana.



Pero todo cambió por esos días, cuando se mudó a Cumaná una pareja de corsos que se había casado por poder. Él era un hombre apuestísimo, simpático, de estupenda disposición. Ella era mayor que él, no muy agraciada y como la casaron obligada, estaba amargadísima por haber dejado a su verdadero amor en la isla.



Aguasanta los conoció durante la inauguración del tranvía de otro corso de apellido Pieri, a la que había asistido acompañando a su padre. El joven se llamaba Henri. Cruzaron las miradas, y el flechazo fue inmediato. Cuando estrecharon las manos y él se inclinó para besársela, ella sintió una corriente que le recorrió todo su cuerpo. Sus ojos se dijeron todo. Fue amor a primera vista.



En el momento del corte de la cinta, en medio de la confusión y los empujones, Henri se las arregló para apretarle la mano.



- ¿Cuándo nos vemos otra vez, mañana? – le susurró.

- ¡No, mañana no! – le respondió ella.



Henri puso cara de desolación.



- Esta tarde – le dijo ella – No puedo esperar hasta mañana.

- ¿Dónde? – preguntó él con los ojos brillantes.

- Detrás de la plantación de cacao de los Bermúdez hay un arroyo…

- Allí estaré.

domingo, 3 de octubre de 2010

A Candanga se le acabó la pachanga

Hace tiempo que no me pegaba una cadena presidencial completa. Es más, la cadena terminó y puse el canal 8 para seguirlo viendo. Desencajado, cantinflesco. Explicando lo inexplicable. Furibundo.
Y es que aunque bravuconee con que va a profundizar la revolución, aunque amenace -y cumpla algunas de esas amenazas, en particular contra más de cinco millones de “oligarcas” que votaron en su contra- el cerco que él mismo ha construido a su alrededor cada vez es más pequeño. No se puede ir contra la ley de la gravedad: todo lo que sube, baja. Y nada es eterno. Hasta las más sofisticadas trampas, más tarde o más temprano, salen.

La MUD –que irrespetuosamente el Presidente llama la “Mesa de la Ultra Derecha”- sacó sola, solita, más votos que el PSUV. Y los del PSUV tienen 33 diputados más. La pregunta de la periodista Andreína Flores se caía de madura. Y el Presidente no la respondió. No podía responderla, porque responderla hubiera sido dejar en evidencia ante el mundo que su tan cacareada y profunda democracia no es tal, pues aquí la minoría escogió a la mayoría. Entonces optó por cayapear a la joven. Hasta puso a un periodista a “ayudarlo” (¿buscaba acaso que la cámara no lo enfocara para que le pasaran una chuleta?)… Pero Andreína es un palo de mujer y no se dejó. “Eso no pasa sólo aquí”, terminó diciendo un enredadísimo Chávez. Es verdad. Pasa en su muy detestado “imperio” y en el Chile de ¡Pinochet! Cuando hay necesidad, hay que echar mano hasta de la extrema derecha.

Leí una explicación sobre la anticonstitucional redistribución de circuitos en http://esdata.info/Salamandra-1 No se la pierdan. Impecablemente descrita, clara, inequívoca. Si usted no ha entendido por qué la MUD dice que ganó, no deje de verlo.

Chávez tiene dos caminos: uno, rectificar. Pero como bien apunta Andrea Tavárez “él no rectifica, sino que retrocede”. “Repliegue”, lo llama él. Dos, seguir ahondando en su anacrónica e inviable revolución. Si esto pasa, las elecciones de 2012 no las gana ni con magia.

Si algo quedó demostrado es que los venezolanos somos demócratas, queremos vivir en paz, estamos hartos de la confrontación y de la violencia y no queremos reparto de pobreza sino creación de riqueza.

El resultado de todo este tejemaneje -y de las elecciones- es que a candanga se le acabó la pachanga.