lunes, 7 de junio de 2010

Cual adolescente enloquecido

La gran mayoría de los adolescentes ve la vida blanca o negra: aman u odian, son los mejores amigos o los peores enemigos, están inmensamente felices o terriblemente desgraciados, no les alcanza el día para la intensidad con que viven la vida y el día se les hace eterno cuando se sienten agobiados. Se muestran dispuestos a ir a una guerra por defender sus ideales con la misma vehemencia con que defienden la paz. Cuando llega la madurez es cuando se dan cuenta de que la vida -como se ha repetido tantas veces- no es ni un extremo ni el otro, sino lo que está en el medio: una gigantesca gama de grises. 

A nadie le extraña que un adolescente actúe de esta manera: sus hormonas están alborotadas, sus cuerpos están sujetos a profundas transformaciones y sus mentes procesan tantísima información que en ocasiones se les hace difícil priorizar, discriminar, decidir. 

Al hacernos adultos, sabemos que no todos los que estaban en "nuestro bando" eran buenos, ni todos quienes pertenecían al "otro bando" eran malos. Que no todos los ricos son malos, ni todos los pobres son buenos. Que quienes piensan distinto a nosotros tienen todo el derecho a hacerlo y eso no los descalifica. Que es perfectamente normal cambiar de opinión. Que no existe tal cosa como una doctrina única. Que los seres humanos por naturaleza somos egoístas y que la solidaridad se aprende y se puede practicar manteniendo la individualidad. 

No es malo que un adolescente actúe como un adolescente. Malo es cuando un adulto bien adulto actúa como un adolescente. Y peor aún cuando el adulto tiene poder. Y resulta pésimo cuando ese adulto es el presidente de un país. Porque un presidente que cree que existe una única verdad -que por supuesto es la suya- cae en las peores arbitrariedades, incurre en las mayores injusticias, comete los más grandes errores. 

Un presidente que cree que todos quienes le rodean son "perfectos", patrocina la corrupción, apadrina la incompetencia, fomenta la ineficiencia. 

Un presidente que no ve la gama de grises se vuelve fanático, dogmático, radical. 

Y un país manejado por un adulto que no creció, va cual adolescente enloquecido por un auto deportivo, a 300 km por hora en medio de la noche, a estrellarse contra un muro al final de una carretera inconclusa.