domingo, 29 de agosto de 2010

Armando Bello Tellería


Armando Bello Tellería era un joven diputado que comenzaba a destacarse en el Congreso por su oratoria. Había llegado de Coro dispuesto a hacerse de nombre y fortuna a costa de lo que fuera. Su padre, un borracho profesional, les había dado una vida de perros a su madre, a él y a sus dos hermanos. Lo poco que tenían se había ido durante su infancia en pagar deudas de juego, y su madre tuvo que trabajar dando clases en una escuela federal. Con ese sueldo subsistieron hasta que Armando logró el puesto de secretario del Presidente del Estado, puesto que le "serruchó" a un pariente a través de una red de intrigas bien planeadas, de las que él salió como un héroe y el otro, preso.

"De aquí a Caracas" pensaba con frecuencia. "Al Congreso, a venderle mi virilidad a una niña de la alta sociedad, y de ahí a la Presidencia de la República".

Al llegar a Caracas se fue a retratar con Martínez, el fotógrafo de la sociedad, con el fin de hacerse su amigo, cosa que logró. Este sabía la vida y milagros de todo el mundo.

-No se te ocurra meterte con las Deveraux. Esas francesas son bien jodidas. Carmen Suárez Lander es un sueño de niña, pero tiene novio, el hijo del Ministro Carmona. Así que ni lo sueñes.
-Tiene que haber alguna.
-Claro, pero déjame pensar quién te conviene más... ¡chico, pero cómo no se me había pasado por la mente: Leonor Alcántara!
-¿Hija del ministro de Hacienda?
-La misma.
-¿No tiene novio?
-No; y aunque aquí en Caracas es Hija de María, presidenta de la Acción Católica y tiene fama de santa, allá en Los Chorros donde van a temperar, otra es la historia que se oye.
-¿Y cómo hago para acercarme a ella?
-Creo que lo mejor es que te vayas a temperar a Los Chorros tú también.


El domingo Leonor llegó a Misa con el Lincoln lleno de gente. Hizo su entrada triunfal a la iglesia, y se sentó en la capilla lateral al altar mayor, separada del resto por una reja baja. Emma se sentó a su lado. Doña Luisita, una de las viejas matronas de Los Dos Caminos, llevaba el rosario. Leonor saludaba a sus conocidos, cuando se percató de la presencia de un joven que no había visto nunca, y a quien halló terriblemente atractivo. Él la miraba fijamente, le sonrió, y cuando ella le devolvió la sonrisa, hizo un gesto de saludo con el sombrero que tenía en las manos.

-Emma, ¿sabes quién es ése que está ahí, de paltó blanco?
-No, nunca lo había visto.
-Ese sí está de revolcón, ¿no?
-¡Leonor, que no digas esas cosas, que estás en la Iglesia! Aprovecha y vete a confesar de las locuras que dices.

Leonor no esperó dos veces que Emma la mandara a confesarse, pues era una oportunidad de bajar de donde estaba y ver más de cerca al joven del paltó blanco. Caminó hacia el confesionario y se dispuso a esperar su turno. Varias personas le ofrecieron sus puestos en la fila, pero ella se negó a aceptarlos. Tal como lo pensó, el joven se paró frente a ella, haciendo fila para confesarse también, pues los hombres se confesaban por el frente del confesionario, y las mujeres por el lado.

Leonor fue al altar de la Virgen Dolorosa a rezar la penitencia. En pocos minutos tuvo al desconocido arrodillado a su lado.

-Buenos días.
-Buenos.
-Es usted la joven más hermosa que he visto desde que llegué a Caracas.
-Señor, estamos en la iglesia...
-¿Nunca le han dicho lo turbadoramente bella que es?
-Sí, por supuesto. Muchas veces. Santa María, Madre de Dios...
-¿Tiene novio?
-...ahora y en la hora de nuestra muerte...
-¿Está casada?
-Si no se calla, me voy de aquí.
-Disculpe.

Leonor sentía la mirada censurante de Emma al frente, y la otra mirada que la quemaba por el lado. Terminó de rezar y se dirigió a su puesto sin voltear, pero tan pronto llegó, dirigió la mirada al fondo de la iglesia para ver si él todavía estaba allí.

-Leonor, por favor -murmuró Emma.
-Shhh, estoy rezando.
-Te vas a tener que confesar otra vez.

Al terminar la Misa, Leonor entró a la Sacristía a saludar al Padre Giovanni. Armando entró también.

-Buenos días, Padre. Vengo a felicitarlo por el sermón-dijo Armando. -En vez de cura, debería ser congresista.

El Padre Giovanni sonrió. Miró a Leonor.

-¿Ustedes se conocen?- dijo señalando uno y otra.
-No he tenido el placer- dijo Armando extendiendo la mano.
-Leonor Alcántara.
-Armando Bello.
-El señor Bello es un joven congresista que llegó hace seis meses a Caracas, proveniente de Coro. Hace dos días llegó a Los Chorros a pasar unos días, y vino a visitarme. Un joven de brillante futuro y muy católico.
-Gracias por sus palabras, padre.
-Te las mereces, hijo. Leonor es miembro de la Acción Católica,  Hija de María y Terciaria Franciscana.
-Estoy impresionado.
-Usted debe conocer a papá. También está en el gobierno -dijo Leonor cambiando el tema.
-¿Se refiere al doctor Alcántara? Lamento profundamente no conocerlo personalmente, pues admiro su gestión.
-Quizás podríamos aprovechar que ambos están de vacaciones para que se conozcan de una manera menos formal, ¿no le parece?
-Sería un honor.
-¿Qué le parece almorzar el martes?
-Cuando usted diga.
-¿En dónde se está quedando?
-Alquilé la casa de los Torres.
-No es tan lejos, pero tampoco queda tan cerca de casa. ¿Tiene carro?
-Me temo que es un lujo que aún no puedo darme.
-Si no le da miedo montarse conmigo manejando, Emma y yo lo podemos ir a buscar.
-No quiero molestar.
-No es molestia. A mí me encanta manejar.
-Es una mujer audaz, sin duda, pero prefiero por esta vez llegar yo por mi propia cuenta. Otro día le acepto el paseo.
-Padre, ¿quiere venir usted también?-dijo Leonor dirigiéndose al Padre Giovanni.
-No, hija, muchas gracias. Los martes tengo mucho que hacer.
-¡Ay, Padre! Todas las veces que lo invitamos dice que está ocupado. Mi mamá piensa que usted no quiere venir a vernos.
-Hija, ¡qué cosas dices! En cuanto tenga un tiempito voy a ver a tu mamá. Y para sí, se dijo: "claro que no quiero ir a verlos. No quiero volver a poner un pie en esa casa, de ser posible, y si Dios quiere".

Margarita Alcántara Valderrama

Margarita Alcántara Valderrama

Margarita, la menor de los Alcántara, era rubísima como su madre, pero fisonómicamente parecida a su padre: frente ancha, nariz “de porrón”  y labios finos. Era una niña “graciosa”, pero no bonita.

Leonor la adoraba, pues Margarita nació cuando ella tenía trece años y la tomó como si fuera su hija. Era de hablar suave y carácter retraído, tal vez porque desde que tuvo uso de razón, Margarita se sintió apabullada por la personalidad de Leonor y la belleza de Clara. Ella no daba de qué hablar.

Margarita estudiaba piano con el mismo profesor de Francisco. Y demostró una gran habilidad como ejecutante desde que comenzó a tocar.

-         Margarita ya va por Mozart, y yo todavía practico escalas – decía Francisco.

Margarita compartía con Clara una institutriz francesa, Mademoiselle Suzanne, una dama prudente y culta, que había abandonado Francia cuando perdió a su padre y a su hermano en los meses iniciales de la Primera Guerra Mundial. Llegó a Caracas el viernes de Carnaval de 1915 y se hospedó en una pensión cerca de la Plaza Bolívar. La impresionó la celebración del viernes en la noche. Retreta, bailes, disfraces. Lo mismo fue el sábado y el domingo. “Gracias a Dios que mañana es lunes”, pensó. Pero el lunes hubo la misma música, los mismos bailes, los mismos disfraces. Y el martes también. “Este es un pueblo de locos, ¿será que aquí nadie trabaja?”. Empezó a pensar para dónde se iba a ir. Afortunadamente el miércoles temprano regresó a la pensión otra francesa que vivía allí y camino a la iglesia para recibir la ceniza le explicó que las fiestas eran por el Carnaval. Fue ella quien la ayudó a encontrar trabajo en casa de los Alcántara.

Margarita y Clara hablaban francés perfectamente. Y Margarita prefería escribir en francés, como sus amigas que estudiaban en el San José de Tarbes. Soñaba con irse a estudiar a ese colegio, pero la señora Alcántara no pensaba lo mismo:

-         Esas monjas son unas hipócritas, ni pensarlo – decía.
-         ¿Y qué es para ti ser hipócrita, mamá? – le preguntaba Leonor.


La señora Alcántara siempre la dejaba sin respuesta, no sin antes dirigirle una de sus gélidas miradas.

A Margarita le encantaba ponerse la ropa de Clara.

-         ¡No, mi ropa no! – le decía Clara.
-         Préstasela, Clareta, no seas mezquina – le decía Leonor.
-         ¡Es que me la daña! – protestaba Clara.

Pero Leonor invariablemente apoyaba a Margarita. Y Clara lo resentía.

Una vez que el doctor y la señora Alcántara viajaron a Trinidad, Margarita se quejaba de su hermana Clara:

-         Apaga la luz, que no me puedo dormir con la luz prendida.
-         Tápate los ojos con la almohada, que estoy leyendo – le decía Clara.
-         ¡Leonor, Clara no quiere apagar la luz y yo no puedo dormir! – llamó Margarita.

Leonor llegó de inmediato.

-         ¿Qué es lo que pasa aquí? – preguntó.
-         Quiero dormir y no puedo con la luz que Clara tiene prendida.
-         Quiero leer, que se tape los ojos – propuso Clara.

Leonor le apagó la luz. Cuando salió, Clara la volvió a encender.

-         ¡Leonor, Clara prendió la luz otra vez! – llamó Margarita.

Leonor regresó, y sin decir nada, agarró un paño, desenroscó el bombillo y se lo llevó.

-         ¡Necia! – le dijo Clara a Margarita.

Se quitó las medias y salió al patio.

-         ¡Estás loca, Clareta! ¿Qué haces en el patio, sin medias? – preguntó Leonor.
-         ¡Me quedaré aquí descalza, toda la noche, para que me dé pulmonía y me muera, y papá y mamá te castiguen, Leonor! – le dijo Clara indignada.
-         Ojalá que te dé y te mueras de una vez, y así no fastidies más.

Margarita lloraba.

-         No peleen, yo no quiero que Clara se muera.
-         Si Clara se muere, quedamos tú y yo. Además, vas a tener tu cuarto sola - decía Leonor.
-         ¡Yo no me voy a morir porque tú lo digas, Leonor! Y se lo voy a decir a mamá -contestaba Clara.
-         Acuseta.

Pero Clara jamás decía nada. Francisco tuvo que intervenir.

-         Vente a dormir conmigo, Clarita. Yo también leo, así que nos acostaremos tarde los dos.
-         Por eso es que Clara es una malcriada – masculló Leonor, quien se acostó a dormir con Margarita, que tenía miedo de quedarse sola.


El compromiso de Emma y Daniel se realizó tal como estaba planeado, y la boda se fijó para seis meses después, el veintidós de noviembre, día de Santa Cecilia. Daniel regresó a Villa de Cura. Leonor y Emma lo acompañaron otra vez hasta el pueblo, pero esta vez Leonor no invitó a nadie a pasear.

-         No, Margarita, tú no vas a venir. Sólo Emma y yo. Fíjate que tampoco viene Clareta.
                                                                                                       
Margarita se quedó mirando la nube de polvo que levantó el carro al salir de la propiedad y entrar al camino de tierra. Leonor, apenas salieron, le secreteó a Emma:

-         Aprovecha para que te des un revolcón con Daniel. Yo me bajo del carro, camino un poco dentro del monte, y me hago la loca. Párense cerca de las matas de acacia, que por ahí no vive nadie.
-         ¡Ay, Leonor, tú si tienes cosas! Yo no me voy a dar ningún revolcón. Soy una señorita decente. ¡Y tú también! No deberías  pensar esas cosas, y mucho menos decirlas. ¡Qué diría mi madrina si te oye!

Leonor rió.

-         Mamá diría que a cuál de los Alcántara salí yo, porque los Valderrama, los Ruiz, los León, los Soler y todos sus otros antepasados eran dignos y rectos, hombres y mujeres de bien, intachables, irreprochables, cristianos a carta cabal. Además, Emma, si tú supieras lo que es un buen revolcón no andarías con recatos necios.
-         Ah, sí, Leonor, comonié… ¿y es que tú te has dado un revolcón con alguien, tú que ni siquiera has tenido novio?
-         Secretos en reunión son de mala educación – dijo Daniel.
-         Cosas de mujeres, Daniel – dijo Leonor y rió de nuevo.
-         No me gusta cuando te ríes así, pones cara de mala. ¿Con quién te revolcaste, a ver? – la emplazó Emma.
-         Con nadie, chica, con nadie. Pero tengo unas ganas...

Leonor no le iba a contar a Emma que dos noches antes ella se metió en el cuarto a Daniel y se dieron algo más que un revolcón.


-         Eso sí, Daniel. Acuérdate que me tengo que casar virgen.
-         No te preocupes, Leonor. Virgencita te casarás. ¿Cómo es que puedes ser tan amiga de Emma, y hacer esto conmigo?
-         Lo mismo te pregunto, ¿cómo puedes ser el novio de Emma y hacer esto conmigo?
-         Eres una pequeña diabla.
-         Y tú un diablo no tan pequeño. Estamos a mano.

Lo que Leonor no sabía era que Margarita la había seguido y había visto todo lo que había sucedido en el cuarto de Daniel.