Armando Bello Tellería era un joven diputado que comenzaba a destacarse en el Congreso por su oratoria. Había llegado de Coro dispuesto a hacerse de nombre y fortuna a costa de lo que fuera. Su padre, un borracho profesional, les había dado una vida de perros a su madre, a él y a sus dos hermanos. Lo poco que tenían se había ido durante su infancia en pagar deudas de juego, y su madre tuvo que trabajar dando clases en una escuela federal. Con ese sueldo subsistieron hasta que Armando logró el puesto de secretario del Presidente del Estado, puesto que le "serruchó" a un pariente a través de una red de intrigas bien planeadas, de las que él salió como un héroe y el otro, preso.
"De aquí a Caracas" pensaba con frecuencia. "Al Congreso, a venderle mi virilidad a una niña de la alta sociedad, y de ahí a la Presidencia de la República ".
Al llegar a Caracas se fue a retratar con Martínez, el fotógrafo de la sociedad, con el fin de hacerse su amigo, cosa que logró. Este sabía la vida y milagros de todo el mundo.
-No se te ocurra meterte con las Deveraux. Esas francesas son bien jodidas. Carmen Suárez Lander es un sueño de niña, pero tiene novio, el hijo del Ministro Carmona. Así que ni lo sueñes.
-Tiene que haber alguna.
-Claro, pero déjame pensar quién te conviene más... ¡chico, pero cómo no se me había pasado por la mente: Leonor Alcántara!
-¿Hija del ministro de Hacienda?
-La misma.
-¿No tiene novio?
-No; y aunque aquí en Caracas es Hija de María, presidenta de la Acción Católica y tiene fama de santa, allá en Los Chorros donde van a temperar, otra es la historia que se oye.
-¿Y cómo hago para acercarme a ella?
-Creo que lo mejor es que te vayas a temperar a Los Chorros tú también.
El domingo Leonor llegó a Misa con el Lincoln lleno de gente. Hizo su entrada triunfal a la iglesia, y se sentó en la capilla lateral al altar mayor, separada del resto por una reja baja. Emma se sentó a su lado. Doña Luisita, una de las viejas matronas de Los Dos Caminos, llevaba el rosario. Leonor saludaba a sus conocidos, cuando se percató de la presencia de un joven que no había visto nunca, y a quien halló terriblemente atractivo. Él la miraba fijamente, le sonrió, y cuando ella le devolvió la sonrisa, hizo un gesto de saludo con el sombrero que tenía en las manos.
-Emma, ¿sabes quién es ése que está ahí, de paltó blanco?
-No, nunca lo había visto.
-Ese sí está de revolcón, ¿no?
-¡Leonor, que no digas esas cosas, que estás en la Iglesia ! Aprovecha y vete a confesar de las locuras que dices.
Leonor no esperó dos veces que Emma la mandara a confesarse, pues era una oportunidad de bajar de donde estaba y ver más de cerca al joven del paltó blanco. Caminó hacia el confesionario y se dispuso a esperar su turno. Varias personas le ofrecieron sus puestos en la fila, pero ella se negó a aceptarlos. Tal como lo pensó, el joven se paró frente a ella, haciendo fila para confesarse también, pues los hombres se confesaban por el frente del confesionario, y las mujeres por el lado.
Leonor fue al altar de la Virgen Dolorosa a rezar la penitencia. En pocos minutos tuvo al desconocido arrodillado a su lado.
-Buenos días.
-Buenos.
-Es usted la joven más hermosa que he visto desde que llegué a Caracas.
-Señor, estamos en la iglesia...
-¿Nunca le han dicho lo turbadoramente bella que es?
-Sí, por supuesto. Muchas veces. Santa María, Madre de Dios...
-¿Tiene novio?
-...ahora y en la hora de nuestra muerte...
-¿Está casada?
-Si no se calla, me voy de aquí.
-Disculpe.
Leonor sentía la mirada censurante de Emma al frente, y la otra mirada que la quemaba por el lado. Terminó de rezar y se dirigió a su puesto sin voltear, pero tan pronto llegó, dirigió la mirada al fondo de la iglesia para ver si él todavía estaba allí.
-Leonor, por favor -murmuró Emma.
-Shhh, estoy rezando.
-Te vas a tener que confesar otra vez.
Al terminar la Misa , Leonor entró a la Sacristía a saludar al Padre Giovanni. Armando entró también.
-Buenos días, Padre. Vengo a felicitarlo por el sermón-dijo Armando. -En vez de cura, debería ser congresista.
El Padre Giovanni sonrió. Miró a Leonor.
-¿Ustedes se conocen?- dijo señalando uno y otra.
-No he tenido el placer- dijo Armando extendiendo la mano.
-Leonor Alcántara.
-Armando Bello.
-El señor Bello es un joven congresista que llegó hace seis meses a Caracas, proveniente de Coro. Hace dos días llegó a Los Chorros a pasar unos días, y vino a visitarme. Un joven de brillante futuro y muy católico.
-Gracias por sus palabras, padre.
-Te las mereces, hijo. Leonor es miembro de la Acción Católica , Hija de María y Terciaria Franciscana.
-Estoy impresionado.
-Usted debe conocer a papá. También está en el gobierno -dijo Leonor cambiando el tema.
-¿Se refiere al doctor Alcántara? Lamento profundamente no conocerlo personalmente, pues admiro su gestión.
-Quizás podríamos aprovechar que ambos están de vacaciones para que se conozcan de una manera menos formal, ¿no le parece?
-Sería un honor.
-¿Qué le parece almorzar el martes?
-Cuando usted diga.
-¿En dónde se está quedando?
-Alquilé la casa de los Torres.
-No es tan lejos, pero tampoco queda tan cerca de casa. ¿Tiene carro?
-Me temo que es un lujo que aún no puedo darme.
-Si no le da miedo montarse conmigo manejando, Emma y yo lo podemos ir a buscar.
-No quiero molestar.
-No es molestia. A mí me encanta manejar.
-Es una mujer audaz, sin duda, pero prefiero por esta vez llegar yo por mi propia cuenta. Otro día le acepto el paseo.
-Padre, ¿quiere venir usted también?-dijo Leonor dirigiéndose al Padre Giovanni.
-No, hija, muchas gracias. Los martes tengo mucho que hacer.
-¡Ay, Padre! Todas las veces que lo invitamos dice que está ocupado. Mi mamá piensa que usted no quiere venir a vernos.
-Hija, ¡qué cosas dices! En cuanto tenga un tiempito voy a ver a tu mamá. Y para sí, se dijo: "claro que no quiero ir a verlos. No quiero volver a poner un pie en esa casa, de ser posible, y si Dios quiere".
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