lunes, 19 de abril de 2010

La casa de los diablos

En el verano de 1978 nos dio por acercarnos a “la casa de los diablos” en Los Guayabitos. La iniciativa la tomó mi primo Marco, quien había venido de Italia a pasar las vacaciones y se había auto designado como máxima autoridad sobre las cosas que –según él- allí sucedían. Su desorbitada descripción incluía diablos en el jardín (que también han podido ser columpios, fuentes y hasta arbustos bien podaditos, pero que en el terror todos veíamos como diablos) y “misas negras” que los miembros de la supuesta secta oficiaban en un sótano dentro la casa. Todos sentíamos miedo, pero estoy segura de que Marco lo sentía más que ningún otro.
Cada noche, fuéramos adonde fuéramos o viniéramos de donde viniéramos, pasábamos por ahí. Nuestros demenciales gritos han debido escucharlos varios kilómetros más allá.
Una noche alguien lanzó un reto: “¿Quién se atreve a bajarse?”. “Yo no”, se apuró a responder Marco. Todos los demás que veníamos en el carro guardamos un silencio de sepulcro. “Yo me atrevo”, dijo finalmente un valiente. Se bajó justo en la quilla que forma la vía principal con la calle que desciende hacia Turgua. El conductor pisó el acelerador. Carcajadas histéricas llenaron el carro.
Años después aquel valiente fue nombrado ministro. Era inevitable -al verlo tan circunspecto en el cumplimiento de sus deberes- contrastarlo con la imagen de aquella noche, corriendo detrás del carro con los brazos abiertos y gritando desgarradoramente “¡Coño, no me dejen!”.

¿Independientes?

Hoy hace 200 años que un grupo de la más rancia aristocracia caraqueña -miembros del Cabildo de Caracas- logró el apoyo del pueblo para dar el primer paso para independizarnos del imperio español. A la luz de lo que hoy vivimos, no puedo sino concluir que la iniciativa fue un tremendo fracaso.

¡Tanta sangre derramada en aquella guerra fratricida para que hoy seamos más dependientes que nunca! Porque ser independientes no es celebrar las fechas patrias, ni hacer apologías de los próceres ni invitar a oradores extranjeros para que nos digan que somos independientes.

¿Podemos decir que somos independientes cuando las políticas de gobierno dependen exclusivamente del estado de ánimo del Presidente de la República?

¿Podemos proclamarnos independientes cuando Fidel Castro tiene potestad para decidir qué se hace y qué no se hace en Venezuela?

¿Podemos alegar independencia si nuestro petróleo sólo sirve para subsidiar la falta de riqueza y no para crearla?

¿Somos independientes si dependemos del gobierno para obtener los servicios básicos (bien malos, de paso), sin ninguna otra alternativa?

¿Independientes?... ¡No es independiente quien ha desmantelado su aparato productivo hasta el punto de depender de las importaciones para sobrevivir!

¿Somos independientes? Independiente es alguien que sostiene sus opiniones, no quien se ve obligado a opinar de una determinada manera.

¿Independencia? ¿Pueden considerarse independientes los ciudadanos si la justicia los mide con distintas varas y la interpretación y aplicación de las leyes cambia según quien sea el enjuiciado?

¿Y puede considerarse ciudadano alguien que sólo por pensar distinto al gobierno de turno es considerado enemigo por este? ¿Es eso independencia?

¿Cuán independientes? ¡Amenazados con una milicia armada hasta los dientes y los garantes de la soberanía y seguridad haciéndose los locos!

No, señores, aquí no hay independencia. Lo que hay es una gigantesca falacia. Nuestros próceres perdieron su tiempo, su sangre y su esperanza. Vivimos en el peor de los dos mundos: dependientes, pero no de la Madre Patria (¡Ay, Su Majestad!).

Independencia es libertad y no hay peor esclavitud que la que proviene de la ignorancia, de las miserias humanas, de la estupidez. ¿Independientes?