Margarita Alcántara Valderrama
Margarita, la menor de los Alcántara, era rubísima como su madre, pero fisonómicamente parecida a su padre: frente ancha, nariz “de porrón” y labios finos. Era una niña “graciosa”, pero no bonita.
Leonor la adoraba, pues Margarita nació cuando ella tenía trece años y la tomó como si fuera su hija. Era de hablar suave y carácter retraído, tal vez porque desde que tuvo uso de razón, Margarita se sintió apabullada por la personalidad de Leonor y la belleza de Clara. Ella no daba de qué hablar.
Margarita estudiaba piano con el mismo profesor de Francisco. Y demostró una gran habilidad como ejecutante desde que comenzó a tocar.
- Margarita ya va por Mozart, y yo todavía practico escalas – decía Francisco.
Margarita compartía con Clara una institutriz francesa, Mademoiselle Suzanne, una dama prudente y culta, que había abandonado Francia cuando perdió a su padre y a su hermano en los meses iniciales de la Primera Guerra Mundial. Llegó a Caracas el viernes de Carnaval de 1915 y se hospedó en una pensión cerca de la Plaza Bolívar. La impresionó la celebración del viernes en la noche. Retreta, bailes, disfraces. Lo mismo fue el sábado y el domingo. “Gracias a Dios que mañana es lunes”, pensó. Pero el lunes hubo la misma música, los mismos bailes, los mismos disfraces. Y el martes también. “Este es un pueblo de locos, ¿será que aquí nadie trabaja?”. Empezó a pensar para dónde se iba a ir. Afortunadamente el miércoles temprano regresó a la pensión otra francesa que vivía allí y camino a la iglesia para recibir la ceniza le explicó que las fiestas eran por el Carnaval. Fue ella quien la ayudó a encontrar trabajo en casa de los Alcántara.
Margarita y Clara hablaban francés perfectamente. Y Margarita prefería escribir en francés, como sus amigas que estudiaban en el San José de Tarbes. Soñaba con irse a estudiar a ese colegio, pero la señora Alcántara no pensaba lo mismo:
- Esas monjas son unas hipócritas, ni pensarlo – decía.
- ¿Y qué es para ti ser hipócrita, mamá? – le preguntaba Leonor.
La señora Alcántara siempre la dejaba sin respuesta, no sin antes dirigirle una de sus gélidas miradas.
A Margarita le encantaba ponerse la ropa de Clara.
- ¡No, mi ropa no! – le decía Clara.
- Préstasela, Clareta, no seas mezquina – le decía Leonor.
- ¡Es que me la daña! – protestaba Clara.
Pero Leonor invariablemente apoyaba a Margarita. Y Clara lo resentía.
Una vez que el doctor y la señora Alcántara viajaron a Trinidad, Margarita se quejaba de su hermana Clara:
- Apaga la luz, que no me puedo dormir con la luz prendida.
- Tápate los ojos con la almohada, que estoy leyendo – le decía Clara.
- ¡Leonor, Clara no quiere apagar la luz y yo no puedo dormir! – llamó Margarita.
Leonor llegó de inmediato.
- ¿Qué es lo que pasa aquí? – preguntó.
- Quiero dormir y no puedo con la luz que Clara tiene prendida.
- Quiero leer, que se tape los ojos – propuso Clara.
Leonor le apagó la luz. Cuando salió, Clara la volvió a encender.
- ¡Leonor, Clara prendió la luz otra vez! – llamó Margarita.
Leonor regresó, y sin decir nada, agarró un paño, desenroscó el bombillo y se lo llevó.
- ¡Necia! – le dijo Clara a Margarita.
Se quitó las medias y salió al patio.
- ¡Estás loca, Clareta! ¿Qué haces en el patio, sin medias? – preguntó Leonor.
- ¡Me quedaré aquí descalza, toda la noche, para que me dé pulmonía y me muera, y papá y mamá te castiguen, Leonor! – le dijo Clara indignada.
- Ojalá que te dé y te mueras de una vez, y así no fastidies más.
Margarita lloraba.
- No peleen, yo no quiero que Clara se muera.
- Si Clara se muere, quedamos tú y yo. Además, vas a tener tu cuarto sola - decía Leonor.
- ¡Yo no me voy a morir porque tú lo digas, Leonor! Y se lo voy a decir a mamá -contestaba Clara.
- Acuseta.
Pero Clara jamás decía nada. Francisco tuvo que intervenir.
- Vente a dormir conmigo, Clarita. Yo también leo, así que nos acostaremos tarde los dos.
- Por eso es que Clara es una malcriada – masculló Leonor, quien se acostó a dormir con Margarita, que tenía miedo de quedarse sola.
El compromiso de Emma y Daniel se realizó tal como estaba planeado, y la boda se fijó para seis meses después, el veintidós de noviembre, día de Santa Cecilia. Daniel regresó a Villa de Cura. Leonor y Emma lo acompañaron otra vez hasta el pueblo, pero esta vez Leonor no invitó a nadie a pasear.
- No, Margarita, tú no vas a venir. Sólo Emma y yo. Fíjate que tampoco viene Clareta.
Margarita se quedó mirando la nube de polvo que levantó el carro al salir de la propiedad y entrar al camino de tierra. Leonor, apenas salieron, le secreteó a Emma:
- Aprovecha para que te des un revolcón con Daniel. Yo me bajo del carro, camino un poco dentro del monte, y me hago la loca. Párense cerca de las matas de acacia, que por ahí no vive nadie.
- ¡Ay, Leonor, tú si tienes cosas! Yo no me voy a dar ningún revolcón. Soy una señorita decente. ¡Y tú también! No deberías pensar esas cosas, y mucho menos decirlas. ¡Qué diría mi madrina si te oye!
Leonor rió.
- Mamá diría que a cuál de los Alcántara salí yo, porque los Valderrama, los Ruiz, los León, los Soler y todos sus otros antepasados eran dignos y rectos, hombres y mujeres de bien, intachables, irreprochables, cristianos a carta cabal. Además, Emma, si tú supieras lo que es un buen revolcón no andarías con recatos necios.
- Ah, sí, Leonor, comonié… ¿y es que tú te has dado un revolcón con alguien, tú que ni siquiera has tenido novio?
- Secretos en reunión son de mala educación – dijo Daniel.
- Cosas de mujeres, Daniel – dijo Leonor y rió de nuevo.
- No me gusta cuando te ríes así, pones cara de mala. ¿Con quién te revolcaste, a ver? – la emplazó Emma.
- Con nadie, chica, con nadie. Pero tengo unas ganas...
Leonor no le iba a contar a Emma que dos noches antes ella se metió en el cuarto a Daniel y se dieron algo más que un revolcón.
- Eso sí, Daniel. Acuérdate que me tengo que casar virgen.
- No te preocupes, Leonor. Virgencita te casarás. ¿Cómo es que puedes ser tan amiga de Emma, y hacer esto conmigo?
- Lo mismo te pregunto, ¿cómo puedes ser el novio de Emma y hacer esto conmigo?
- Eres una pequeña diabla.
- Y tú un diablo no tan pequeño. Estamos a mano.
Lo que Leonor no sabía era que Margarita la había seguido y había visto todo lo que había sucedido en el cuarto de Daniel.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario