Tío Pachito tuvo una vida maravillosa y llena de aventuras a pesar de que era quebradito – nos contaba Tía Natalia – Se le cayó de los brazos a su nana siendo apenas un bebé.
Él fue el primero de la familia en llegar al Mar Muerto, un nombre que a mis hermanos y a mí nos sonaba horrible. ¿Puede morirse un mar? Se muere la gente, se mueren los animales y las plantas…
Pero Tía Natalia no estaba interesada en entrar en disquisiciones sobre la muerte de ese mar, ni nada parecido. Tenía que aprovechar el interés de su pequeña audiencia para contar la historia más increíble de todas las historias de Tío Pachito:
- Tío Pachito descubrió que en el Mar Muerto hay sirenas: él las vio.
- ¡Sirenas! – suspiramos.
- Y no son bellas como la gente cree, son feas y malas.
¡Nosotros no queríamos que las sirenas fueran ni feas ni malas!
- Y hediondas… las sirenas huelen mal – aseguraba Tía Natalia con propiedad.
¿Qué clase de sirenas eran ésas?
- Ellas trataron de matar a Tío Pachito, porque no quieren que la gente se entere de que están en el Mar Muerto.
- ¿Y por qué no se esconden?
- Porque flotan, en el Mar Muerto todo flota. No se pueden esconder.
Desde ese día, las sirenas de Tío Pachito ocuparon un lugar importante en mis miedos nocturnos.
- ¡Las sirenas no existen! – en vano argumentaba mi mamá.
Hace un par de meses, recordé con afecto a Tía Natalia y sus historias del Tío Pachito, cuando -más de cien años después- me convertí en la segunda de la familia en llegar al Mar Muerto.
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No puedo describir lo agradable que me resultan estas “escenas” escritas por doña Carolina… No sé… ¿Será que me recordarán inconscientemente aquellos tiempos juveniles, en los cuales los sueños se entremezclaban inextricablemente con la realidad y disfrutábamos de este “pasticcio”? Podría ser… Pero, como todas las cosas buenas – y principalmente la vivencia artística – trascienden nuestra capacidad de razonarlas y, por ende, de explicarlas… ¿Podríamos describir – guardando las debidas proporciones con el caso que nos ocupa – nuestra vivencia emotiva de las Sinfonías de Beethoven o el gozo implícito en esas grandes catedrales musicales de Bach? Es muy difícil… Y como decía la nunca bien ponderada “vieja” Vicenta, mi abuela materna: “entre gustos y colores no han escrito los autores.” El asunto es que algo se ha despertado en mí al leer estos relatos plenos de frescura juvenil; los cuales han renovado mi interés, dormido desde hace mucho tiempo, de llevar al papel una gran cantidad de anécdotas familiares que, de no hacerlo, se perderían después de nuestro paso por el mundo manifestado. Pareciera, por las frases recién utilizadas, que no he hecho absolutamente nada al respecto. No es así, pues hay muchas historias relatadas. El asunto es que faltan muchas… Se dice que las personas mueren cuando las olvidamos; pero, si escribimos sus historias, éstas perdurarán después de habernos marchado…
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