lunes, 1 de febrero de 2010

Seis millones de historias

Carolina Jaimes Branger // Seis millones de historias
01/02/10

"Después de todo lo que he visto, ¿cómo mantener la fe en el ser humano?"
Escribo desde Jerusalem, donde tengo el honor de asistir, invitada por el Yad Vashem Internacional, al seminario del "Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión".

Jerusalem, como me lo esperaba, es una ciudad fascinante. La cuna de las tres principales religiones monoteístas, el ombligo del mundo, la ciudad de Dios, tiene menos de un millón de habitantes, pero toda la historia del mundo a cuestas. Y toda la tristeza también.

Visitar el Museo del Yad Vashem fue una experiencia que jamás olvidaré. Recordé a la periodista Idania Chirinos que cuando visitó un campo de exterminio dijo que "había entrado caminando y salido de rodillas". Yo me sentí apaleada. Apaleada por la maldad, por la crueldad, por la miseria humana. Apaleada por el sufrimiento, por la destrucción, por el dolor. Apaleada por lo que se perdió y por lo que se dejó de vivir. Apaleada por los muertos y por los que quedaron vivos.

Apaleada por los viejos, por los adultos, por los jóvenes, por los niños. Un millón quinientos mil niños fueron asesinados sistemática y fríamente. ¿Cuántos Einstein, cuántos Freud, cuántos Sartre, cuántos Heifetz, cuántos Horowitz, cuántos tantos se perdieron en esos hornos? ¿Cuántos sueños, cuántas risas, cuántas esperanzas se llevó el viento de esas chimeneas? ¿Cuántos deseos de vivir, de amar, de creer se les arrebataron a los sobrevivientes?

Cuando uno piensa en seis millones de judíos asesinados, la cifra escalofría, sobrecoge, paraliza. Pero cuando uno piensa que cada uno de esos seis millones tenía una historia, una querencia, una vida, la dimensión del horror se hace infinita.

Y el hecho de que después de la Shoá haya habido más genocidios, y resuenen en nuestros oídos los nombres de Darfur, Rwanda, Kosovo y Timor Oriental, la pregunta que queda latente es ¿cómo mantener la fe en el ser humano?

La respuesta la obtuve el 27 de enero, coincidencialmente el Día Internacional para la Recordación del Holocausto, en el Kibbutz Lohamei Haguetaot. Fundado por un grupo de jóvenes judíos polacos, que durante su estadía en el Gueto de Varsovia se hicieron la promesa de vivir aquí. Sin olvidar, pero viendo hacia adelante, lograron sembrar anhelos y cosechar nuevas ilusiones: la prueba fehaciente del fracaso de Hitler. El Bien, que una vez más, se impuso sobre el Mal.

carolinajaimesbranger@gmail.com

2 comentarios:

  1. Rubén E. Rodríguez M.29 de abril de 2010, 7:45 a. m.

    Doña Carolina se hizo en este artículo prácticamente las mismas preguntas que me he venido haciendo desde hace algunos años como estudioso de la Segunda Guerra Mundial. Quien sabe si – de no haber sucedido tal calamidad (permítaseme, por favor, el uso de esta palabra tan sutil) – nuestro mundo estuviese más avanzado a nivel científico y tecnológico a manos de algún genio surgido de quienes se cuentan hoy entre los millones de víctimas… Quien sabe si estuviéramos disfrutando de alguna obra artística prodigiosa en adición a las que ya existen… O, tal vez, simplemente conociéramos alguna familia feliz que sirviera de elocuente ejemplo de una vida plena… Bueno, este ejercicio de imaginación podría ser tildado de inútil; pero hacerlo nos da una perspectiva más humana que una simple relación estadística de muertos y heridos… Como dije antes (y disculpe el arriesgado lector la repetición), muchas veces me he hecho preguntas muy parecidas a las expresadas por la articulista: << ¿Cuántos Einstein, cuántos Freud, cuántos Sartre, cuántos Heifetz, cuántos Horowitz, cuántos tantos se perdieron en esos hornos? ¿Cuántos sueños, cuántas risas, cuántas esperanzas se llevó el viento de esas chimeneas? ¿Cuántos deseos de vivir, de amar, de creer se les arrebataron a los sobrevivientes? >> Hay quienes, en sus infructuosos intentos de responderlas, se dejan llevar por la depresión. Otros simplemente dejan de pensar en estas interrogantes y esconden la cabeza en un agujero como el avestruz. Algunos ni siquiera saben que sucedió tal cosa y no les importa mucho que haya sucedido o no. Hay otros que han escuchado hablar de esos horrores y les parecen muy lejanos, como si fuera una etapa ya pasada en el largo y convulso devenir de la humanidad. Tal vez muchas de estas mentes tienen la idea estereotipada de que se trata solamente de una más de las temáticas exageradas de Hollywood en pos del dominio de la industria del entretenimiento. También hallamos a quienes niegan de plano la Shoá y, por si fuera poco, emprenden acusaciones en contra de quienes fueron objeto de este horror. Bueno, hay todo en la viña del Señor… Pero, a despecho de todas estas posturas, el hecho sucedió… a pesar de querer esconderlo, negarnos o simplemente “hacernos los locos”… sucedió y no podemos negarlo, pero no actuar para evitar la repetición de esta monstruosidad es en verdad algo incomprensible. No parece de humanos que se pretenden civilizados. Volvió a suceder años después, como si no se hubiese afirmado “¡nunca más!” en su tiempo. (Continúa)

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  2. Rubén E. Rodríguez M.29 de abril de 2010, 7:47 a. m.

    Esto demuestra que somos todavía cavernícolas a pesar de toda nuestra modernidad, que consiste más bien en la búsqueda total del confort. Don Emeterio Gómez insiste en que este estado de cosas es producto de la quiebra de la filosofía occidental, pues lo sucedido es producto de una forma de ver las cosas… corrijamos, una forma desviada de ver las cosas… Pero no es una quiebra de la filosofía. Lo es del raciocinio, pues aquélla es un subproducto de éste. El problema básico consiste en que con el raciocinio se puede justificar cualquier cosa… hasta lo injustificable… Esto puede evitarse precisamente mediante una cierta “sensibilidad” que va más allá y forma parte de muchas enseñanzas trascendentes; justamente aquellas heredadas por la humanidad a partir de incontables Maestros que han iluminado nuestra historia y que nos preocupamos muy cuidadosamente de obviar, impulsados por el afán materialista y utilitario. Lo que falta no es una filosofía sino esa “sensibilidad” que trasciende al frío e incompleto raciocinio, matizándolo con cosas que le son ajenas cuando se le deja solo. He conocido a analfabetas que la tienen y a letrados que adolecen largamente de ella. Utilizar sólo el raciocinio para desempeñarse en la vida es como caminar con un solo pie: se debe ir dando saltitos y con extrema dificultad… ¿Qué se necesita? Ya que el raciocinio es producto sólo del “interfaz” constituido por el hemisferio izquierdo del cerebro, ¿por qué – para tratar de buscar un acercamiento diferente – no matizamos este modus operandi con el uso del “interfaz” del hemisferio derecho del cerebro? Tomo prestado el término de “interfaz” de la informática – que desempeño a nivel profesional – para recalcar que el cerebro es un órgano que nos conecta a “algo” a un nivel superior de nuestra individualidad. Si la forma de trabajar del hemisferio izquierdo es principalmente analítica (y algunas características adicionales asociadas a ésta) y la del hemisferio derecho es sintética (y algunas características adicionales asociadas a ésta), ¿por qué no las combinamos las dos para evitar la aberración resultante de usar la primera en forma como dominante? Con el concurso de estos elementos complementarios – de hecho, no son antagónicos – podemos adquirir el “discernimiento”, palabra emblemática de muchos Maestros, que representa ese “hilo de Ariadna” para un comportamiento humano más ajustado a la realidad, esto es, una especie de Moral totalmente independiente de los convencionalismos muchas veces oportunistas y de los racionalismos siempre justificadores.

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