lunes, 26 de abril de 2010

Garcilaso, el Inca Alegre

Conferencia dictada el 20 de abril de 2009 en el Paraninfo del Palacio de las Academias en Caracas, con motivo de la conmemoración de los 470 años del nacimiento del Inca Garcilaso de la Vega y de los 400 años de la publicación de los Comentarios Reales de los Incas

Nos hemos reunido en este honorable recinto académico para conmemorar dos efemérides altamente significativas: los 470 años del nacimiento del Inca Garcilaso de la Vega, y las cuatro centurias de la primera edición de su obra maestra Comentarios Reales de los Incas. Pero más que una conmemoración, siento que debemos compartir este acto como una gran celebración.

Festejamos la vida y la obra del primer prosista y cronista mestizo de la lengua española, y simbólicamente, el primer mestizo de América Latina. De un hombre que conoció en profundidad y se movió cómodamente entre el mundo incaico y el mundo europeo, porque pertenecía a ambos. “Prenda de dos mundos tengo yo”, escribió para ilustrar el sincretismo entre la concepción renacentista del padre venido de Europa y el mágico cosmos del Tahuantinsuyo de la madre. Recordaba hace poco Oscar Sambrano Urdaneta las palabras de Uslar Pietri “tan sólo una puerta separaba sus dos mundos”. Ciertamente, los mundos se conjugaron de manera armoniosa en el Inca Garcilaso.
Nacido en 1539, era hijo de un capitán español de noble familia extremeña y de Chimpu Ocllo, una ñusta de la corte de Cuzco, sobrina nieta de Huayna Capac Inca, rey del Perú. Fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa, un nombre de familia que llevaba uno de sus tíos en España y un pariente, el primogénito de los Condes de Feria. Su infancia y temprana juventud transcurrieron en el palacio real, donde su identidad incaica se afianzó al crecer dentro de la familia de su madre. En esos años fue testigo del fin del Imperio Inca y de las guerras civiles entre Pizarros y Almagros que marcaron el comienzo de la conquista.

Estas guerras hacían que su padre se ausentara del hogar con cierta frecuencia, dejando a su mujer y a su hijo, junto a otra hija mestiza, al cuidado de un ayo, también mestizo, llamado Juan de Alcobaza. Años después, Alcobaza se encargaría de adentrar al pequeño en el mundo de su padre al hacerlo participar en juegos, banquetes, procesiones religiosas y prácticas de artes militares. Fue Alcobaza quien lo llevó, junto a otros niños mestizos, a estudiar con Juan de Cuéllar, canónigo de la Catedral, quien le enseñó latín y elementos de la cultura española.

En 1554 el joven Gómez Suárez de Figueroa abandona el palacio real para instalarse en la nueva residencia de su padre, quien había abandonado a su madre cuando fue designado Corregidor y Justicia Mayor de Cuzco, y quien, por formalismos que correspondían a su nueva condición, había desposado a una española, Luisa Martel de los Ríos. Su rango no le permitía contraer nupcias con una indígena, aunque se tratara de una princesa. Con su padre, su madrastra y sus dos medias hermanas vivió el Inca Garcilaso rodeado de todos los privilegios hasta la muerte de su padre en 1560. En esa fecha decide viajar a España para reclamar su herencia y el uso del apellido y de los privilegios de su padre, quien en su testamento lo había reconocido como hijo natural.

Justo antes de partir, Polo de Ondegardo, quien había sucedido al Capitán Garcilaso de la Vega como Corregidor de Cuzco lo invitó a ver un extraño museo que tenía en su propia casa: “para que llevéis qué contar por allá”, le dijo, y le enseñó las momias de cinco reyes incas: Viracocha, Tupac Inca Yupanqui, Huaina Capac, la reina Mama Runtu, mujer del Inca Viracocha y la coya Mama Ocllo, madre de Huaina Capac. Este hecho causó honda impresión en el muchacho.

Llegó a Montilla donde fue bien recibido por su familia paterna, en particular por su tío Álvaro de Vargas, quien además de protegerlo prácticamente lo adoptó, ya que él y su esposa no tenían hijos. En 1561 Garcilaso viajó a Madrid para pedir en la Corte el reconocimiento de los méritos y derechos de su padre, pero no lo consiguió. Uno de los miembros del Consejo de Indias, Lope García de Castro, se negó rotundamente, alegando que el Capitán Garcilaso había ayudado a escapar a Gonzalo Pizarro. Inútiles resultaron los argumentos esgrimidos por el Inca, quien, decepcionado, decide regresar al Perú y en 1563 obtiene la autorización mediante una real cédula. Poco antes de partir se entera que García de Castro había sido designado Gobernador y desiste entonces del viaje.

Regresa a Montilla y se instala en casa de su tío hasta 1568, cuando los moriscos se levantan en Las Alpujarras y se alista en el ejército para combatirlos. Pelea con el rango de capitán a las órdenes de Don Juan de Austria en la Guerra de Granada. Sin embargo, su vocación no era la de militar, como lo evidenció en sus escritos .
En 1570 vuelve a Montilla. Muere el tío Álvaro, dejándole, además de privilegios, una holgada situación económica que le permitió dedicarse de lleno al estudio de la religión, la filosofía y la literatura. Viaja con frecuencia a Córdoba, donde entabla fructíferas relaciones intelectuales con religiosos de distintas órdenes. En 1571 fallece su madre, y el Inca pierde el interés en regresar al Perú. En 1588 nace su único hijo, Diego de Vargas, hijo de su ama de llaves, Beatriz de Vega.

Su producción literaria, sin embargo, debió esperar todavía hasta 1590, cuando el Inca ya contaba cincuenta y un años, y la desarrolló íntegramente entre España y Portugal.

Su primera obra fue la traducción del italiano de los “Diálogos de Amor” de León Hebreo, uno de los pensadores más importantes de la corriente neoplatónica, a quien había elogiado Cervantes en el Libro IV de la Galatea y en el prólogo de la primera parte del Quijote .

No está claro cómo aprendió Garcilaso el italiano, aunque se presume que fue durante su pasantía por el ejército, en las campañas de Italia. Ciertamente, ha debido perfeccionarlo en estudios posteriores, ya que su notable traducción recibió grandes y merecidos elogios. Fue su única obra publicada en España, en la Casa de Pedro Madrigal, el impresor madrileño. El título es “La traduzion del indio (se llama a sí mismo así) de los tres diálogos de amor de León Hebreo” y en esa edición firma por primera vez como “Garcilaso Inca de la Vega, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los Reinos y Provincias del Perú”, resaltando su doble condición de hidalgo español y noble inca, la estirpe que le viene del padre y el título tradicional de la familia de la madre, y orgulloso de ser ambos.

La obra fue vetada por el Tribunal de la Inquisición, lo que obligó a Garcilaso no sólo a retractarse y retirar su circulación, sino a repetir las palabras de los inquisidores, que la obra “no era para vulgo”. Años después logró reimprimirla.
Es probable que Garcilaso conociera de antemano el riesgo que entrañaba el traducir la obra de León Hebreo y aún así prefirió correrlo, pues no parece casualidad el que haya escogido traducir los Diálogos de Amor como su primera obra. Y es que León Hebreo fusiona el platonismo y el aristotelismo, y los combina con la cábala y el misticismo árabe, la astrología y la metafísica pitagórica , para lograr un delicado balance entre dos universos distintos, armonía de tradiciones, comunión de cuerpos y almas, que ha debido no sólo mover y conmover a Garcilaso, sino además servirle de guía para escribir los Comentarios Reales.

Para los catedráticos y expertos en Literatura Latinoamericana José Carlos Rovira y Remedios Mataix, Garcilaso encuentra en León Hebreo el modelo perfecto para darle sentido histórico y legitimidad cultural a su identidad de mestizo, pues el pensamiento de Hebreo le permite reinterpretar la Conquista como una unión amorosa entre el Viejo y el Nuevo Mundo. El mestizaje, concluye Garcilaso, sería la evidencia física del amor como fuerza cósmica que une y reconcilia .

La influencia de León Hebreo explica también por qué la violencia, la iniquidad y la tragedia del mundo incaico se diluyen y desaparecen en los Comentarios Reales: el Inca busca - y encuentra - la suprema belleza que no pertenece al mundo material, sino al mundo de las formas. La misma situación se repite en La Historia General del Perú cuando Garcilaso obvia los detalles de la tragedia que significó la conquista (aunque reconoce que fue así al final de su obra) y opta por dejar una visión utópica de la historia como la reconciliación de dos mundos, y no como lo que en realidad fue, un terrible enfrentamiento.

En 1596 escribe La Genealogía de Garci-Pérez de Vargas, su pariente paterno, donde comenta líneas de parentesco y datos autobiográficos.

En 1600 Garcilaso se muda a Lisboa. Se han manejado diversas hipótesis sobre las razones que tuvo para dejar España. Una lo atribuye al hecho de que la censura de la Inquisición española era más estricta que la portuguesa. Otras sostienen que su partida se debió a que en España no recibió el trato acorde con su prosapia y linaje por su condición de mestizo. Aparentemente en Portugal tampoco lo obtuvo, pero Lisboa fue el lugar donde se instaló definitivamente.

Sus obras posteriores fueron todas impresas y publicadas en Lisboa. Su primera crónica, La Historia del Adelantado Hernando de Soto, Gobernador y Capitán General del Reino de la Florida fue una epopeya escrita en prosa y publicada en 1605 sobre la fallida expedición de la península de la Florida por el adelantado Hernando de Soto, relatada a Garcilaso por Gonzalo de Silvestre, uno de los conquistadores que acompañó a de Soto en su periplo y a quien Garcilaso había conocido en casa de su padre en el Cuzco. Con él se reencuentra y entabla una buena amistad en la aldea de Las Posadas, cerca de Córdoba.

El Inca, que jamás había pisado la Florida, compuso su obra a base de relatos orales y escritos de Silvestre y otros compañeros de de Soto, unos fidedignos y otros no:
“Conversando mucho tiempo y en diversos lugares con un caballero grande amigo mío (Gonzalo de Silvestre), que se halló en esta jornada, y oyéndole muchas y muy grandes hazañas que en ella hicieron así españoles como indios, me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido. Por lo cual, viéndome obligado de ambas naciones, porque soy hijo de un español y de una india, importuné muchas veces a aquel caballero (para que) escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de escribiente…”

La escritora e investigadora de la cultura peruana y latinoamericana Raquel Chang Rodríguez, en una entrevista que ofreció con motivo de la publicación de Franqueando fronteras: Garcilaso de la Vega y La Florida del Inca , dice:

“Hernando de Soto era un hombre que había adquirido notable reputación. Aunque participa en el prendimiento de Atahualpa en Cajamarca, mantiene buenas relaciones con él y de algún modo se opuso a su ejecución. Él se unió a una princesa incaica, tal como lo hizo el padre de Garcilaso. De ella tuvo una hija mestiza, Leonor de Soto, que no reconoció…”

Por eso no extraña que uno de los episodios más detallada y hermosamente relatados sea el encuentro entre un conquistador español, De Soto y una india, la princesa de Cofachique, quien exhibe las mismas virtudes de las ñustas cuzqueñas. Esta “peruanización” de la princesa no es única: el Inca “peruaniza” toda la Florida, con la autoridad que le confiere su condición de mestizo.

El interés principal del escritor, sin embargo, no era hacer un recuento biográfico del Adelantado De Soto y su expedición, sino más bien demostrar que los indios no eran salvajes, como habían afirmado los jesuitas, y que albergaban en sus almas sentimientos y virtudes tan preclaras como los de los caballeros españoles. La Florida es a la vez un himno a la libertad, pues los indios prefieren la muerte al sometimiento.

Como sucedió con la traducción de los Diálogos de Amor, había también una buena razón en el Inca para relatar esta historia imprecisa, llena de muchos vacíos y de la que no fue testigo presencial, sino un simple escribiente, como lo establece él mismo en el proemio de su obra: la historia de Hernando De Soto en la Florida es, nuevamente, el encuentro entre dos mundos que le son inmensamente familiares. Al respecto comenta Vargas Llosa en un artículo publicado en la revista Letras Libres :

“Los nativos de la Florida tienen el mismo sentido puntilloso de la honra y el honor de los castellanos, la noción renacentista del valor, la reputación, las apariencias, la predisposición a los desplantes y gestos teatrales…”

Es decir, que los indios son españoles disfrazados, con conductas e ideas europeas.
En todo caso, en esta obra ya se hacen evidentes las dotes de eximio narrador del Inca, a pesar de las críticas de su poco fundamento histórico.

Mario Vargas Llosa, señala:

“En La Florida, el Inca dice, defendiéndose de una imputación que caerá sobre él en el futuro, ser más un literato que un historiador: "Toda mi vida, sacada la buena poesía, fui enemigo de ficciones, como son libros de caballerías y otros semejantes" (II, I, XXVIII). No tenemos por qué dudar de su palabra ni de sus buenas intenciones de historiador. Pero acaso podamos decir que, en su tiempo, las fronteras entre historia y literatura, entre realidad y ficción, eran imprecisas y desaparecían con frecuencia. Eso ocurre, más que en ninguna otra de sus obras, en La Florida, una historia que Garcilaso conoció a través de los recuerdos -materia subjetiva a más no poder- de un viejo soldado empeñado en destacar su protagonismo en la aventura, y de apenas un par de testimonios escritos. En verdad, aunque la materia prima de La Florida sea historia cierta, su proyección en el libro de Garcilaso, de prosa cautivadora y diestro manejo narrativo, idealiza el relato verídico hasta trastocarlo en narración épica, en una hermosa ficción histórica, la primera de raigambre hispanoamericana” .

La Florida del Inca, como se le conoce desde entonces, circuló por toda Europa y fue traducida al francés, inglés, alemán, italiano, holandés e incluso en latín. Difusión semejante no había tenido hasta entonces ningún autor hispanoamericano .
Después de este éxito, Garcilaso se dedica de lleno a terminar de escribir la primera parte de su obra máxima y que es motivo de esta celebración, los Comentarios Reales de los Incas.

Publicada también en la imprenta de Craasbeck, Garcilaso comienza explicando la necesidad que lo llevó a escribir los Comentarios como conocedor de la historia, la cultura y las instituciones de los Incas, frente a las reseñas incompletas y no ajustadas a la verdad que habían realizado algunos historiadores españoles.
“Mi intención - dice - no es contradecirles, sino servirles de comento y glosa, y de intérprete en muchos vocablos indios que como extranjeros en aquella lengua interpretaron fuera de la propiedad de ella”.

El experto en Garcilaso Edgar Montiel explica que el Inca les salió al paso a las versiones “oficiales” que había encargado el Virrey Toledo a Diego Fernández y a Francisco de Gómara para explicar el nuevo orden colonial que consideraba a los indígenas salvajes. No era otra cosa que la justificación política de Toledo para haber desconocido el derecho de restitución y libertad individual de los incas por el que habían abogado entre otros el Padre de las Casas, y sobre todo, por haber condenado a muerte en 1560 al último Inca, Tupac Amaru, primo de Garcilaso . Toledo tenía la necesidad de demostrar que los incas eran los déspotas y los españoles los liberadores. La respuesta de Garcilaso respondió a su propia necesidad de demostrar que los incas no eran bárbaros sino gentiles, que no eran ignorantes, sino cultos, y que no eran un pueblo de bárbaros, sino que poseían una muy rica civilización.
La primera parte de Los Comentarios es la crónica del mundo que se fue. Del mundo que recibió de su madre, quien le enseñó la lengua de sus mayores y le narró las historias de su familia. “... la sabiduría incaica se transmitió por vía oral”, escribió en el Libro Séptimo.

Pero ya desde el Capítulo III había dejado establecido este hecho:

“Pasando, pues, días, meses y años, siendo ya yo de diez y seis o diez y siete años, acaeció que estando mis parientes un día en esta su conversación, hablando de sus reyes y antiguallas, al más anciano dellos, que era el que me daba cuenta dellas, le dije: "Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es la que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticias tenéis del origen y principio de nuestros reyes? Porque allá los españoles, y las otras naciones sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus reyes y los ajenos, y el trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros, que carecéis dellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas? ¿Quién fue el primero de nuestros Incas? ¿Cómo se llamó? ¿Qué origen tuvo su linaje? ¿De qué manera empezó a reinar? ¿Con qué gente y armas conquistó este gran imperio? ¿Qué origen tuvieron nuestras hazañas?...

El Inca, como que holgándose de haber oído las preguntas, por el gusto que recibía de dar cuenta dellas, se volvió a mí (que ya otras muchas veces le había oído, mas ninguna con la atención que entonces), y me dijo: "Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón (es frasi dellos por decir en la memoria)…”

Allí nació y se alimentó la inquietud de Garcilaso por preservar y divulgar la memoria de su patria. Entonces, de manera prolija y ordenada, explicó las tradiciones orales y las historias, los mitos y las leyendas del pueblo inca que recogió no sólo de su madre y de su tío, sino de sus viajes por todo el territorio, de boca de sus naturales. Narró su cosmogonía, su sentir y su dolor. Su visión es la de un protagonista y no la de un narrador omnisciente, lo que concede mayor validez a su aporte. Y él mismo lo pensó así, pues en Los Comentarios, como antes había hecho en La Florida, se adelanta a quienes le echaron en cara que el valor de su obra era literario y no histórico, cuando aclara:

“Digo llanamente las fábulas históricas que en mis niñeces oí a los míos. Tómelas cada uno como quisiere, y déles el alegoría que más le cuadrare. A semejanza de las fábulas que hemos dicho de los Incas, inventan las demás naciones del Perú otra infinidad dellas… que no se tiene por honrado el indio que no desciende de fuente, río o lago, aunque sea de la mar y de animales fieros como el oso, león o tigre, o del águila o del ave que llaman cúntur, o de otras aves de rapiña, o de sierras, montes, riscos o cavernas; cada uno como se le antoja, para su mayor loa y blasón… Residiendo mi madre en el Cuzco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades de Atahualpa escaparon; en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus reyes, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y a favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen acaecido, que no la trajesen a cuenta. De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes; lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su república. Éstas y otras semejantes pláticas tenían los incas y pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto diciendo: “trocósenos el reinar en vasallaje”. En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas”.

Ya lo hemos dicho: Hay críticos del Inca que desconfían de la veracidad histórica de sus obras. Uno de los más importantes y conocidos, José de la Riva Agüero escribió:
“Movido del afán de presentar a los incas por el lado más favorable y halagüeño, altera y desnaturaliza el carácter de este período. La dura majestad, la bárbara grandeza del carácter del Inca, que tanto se destacan en la narración de Jerez, se borran y se pierden en la suya para dar paso a una pintura, que aquí merece plenamente el calificativo de novelesca”.

Pero a pesar de que en muchos aspectos presenta situaciones idealizadas, incongruencias de fechas y aseveraciones falsas, su aporte a la historiografía colonial del Perú es indiscutible e inconmensurable.

Garcilaso se explaya en los detalles. Tal y como lo haría un lingüista, describe la lengua de los indios y la compara con el español. Enumera las letras y describe los fonemas comunes y no comunes. Se excusa de escribir los vocablos con la fonética exacta del idioma quechua, y no como corrupción del español. En general, no toma partido ni por el español ni por el quechua, excepto cuando critica a los traductores españoles y afianza su conocimiento sobre el tema con comentarios como “...aquella mi lengua general del Perú...”.

Comenta también, por ejemplo, que los años durante los cuales vivió en el Cuzco, donde nació, no había monedas para el comercio:

“Asimismo es de advertir que en mis tiempos, que fueron hasta el año de mil quinientos y sesenta, ni veinte años después, no hubo en mi tierra moneda labrada: en lugar de ella se entendían los españoles en el comprar y vender pesando la plata y el oro por marcos y onzas: y como en España dicen ducados, decían en el Perú pesos o castellanos: cada peso de plata o de oro, reducido a buena ley, valía cuatrocientos cincuenta maravedís”

Los Comentarios no son meras descripciones: Garcilaso las adorna con narraciones de hechos, que siempre responden a cómo, cuándo y por qué sucedieron.

La influencia de esta obra se ha sentido desde su publicación. ¿Hubiera intuido Garcilaso que la historia que narró, para él perteneciente al pasado, fue prohibida en 1782 por una real cédula de Carlos III, a raíz del levantamiento de Tupac Amaru en la que se ordenaba a los virreyes del Perú y del Río de la Plata recoger todos los ejemplares de los Comentarios, pues “aprendían en ellos los naturales muchas cosas inconvenientes”?

Mientras el libro en América pasó a formar parte del famoso índice expurgatorio, en Madrid se imprimía y reimprimía y circulaba libremente.

En los siglos XVIII y XIX fue un texto de obligada lectura para los partidarios de la independencia, pues se trataba de una obra que el régimen colonial consideraba peligrosa. El libertador José de San Martín deseó imprimir una edición, incluso estableció contactos con una imprenta en Londres, pero la guerra impidió que realizara el proyecto. Simón Bolívar leyó y citó la obra. Sin embargo, no fue sino hasta entrado el siglo XX, en 1918 para ser exactos, que Los Comentarios se publicaron nuevamente en América Latina.

Los juicios sobre la obra cumbre del Inca son múltiples, pero salvo alguna excepción, todos coinciden en el enorme esfuerzo que el escritor realizó por transmitir hechos verdaderos y sobre todo verosímiles. Él mismo se excusa:

"...Mis parientes, los indios y mestizos del Cuzco y de todo el Perú, serán jueces desta mi ignorancia, y de otras muchas que hallarán en esta mi obra; perdónenmelas, pues soy suyo, y que sólo por servirles tomé un trabajo tan inconfortable como esto lo es para mis pocas fuerzas, sin ninguna esperanza de galardón suyo ni ajeno”.
La segunda parte de Los Comentarios, conocida como Historia General del Perú recoge la historia de los primeros años de la conquista. Las intestinas guerras civiles. El mundo de su padre, el mundo que llegó para quedarse. Aquí es menos original, pues con frecuencia glosa y cita a otros autores, como Diego Fernández, Agustín de Zárate y López de Gómara. Acude con frecuencia a los manuscritos del Padre Blas Valera, sacerdote jesuita y también mestizo, quien escribe muchas veces cegado por la pasión. A ciertos críticos les sorprende que no haya citado más las crónicas peruanas de Cieza de León, uno de los documentos más importantes sobre la historia de América del Sur y el primer tratado de geografía descriptiva americana escrito por un español, cuya primera edición fue publicada y difundida en España en 1553.

Sin embargo, cuando el Inca trata de las rebeliones de Gonzalo de Pizarro y de Francisco Hernández Girón, sus relatos resultan estrictamente históricos, pues su padre fue actor de relieve en la primera y el mismo Garcilaso, testigo presencial de la segunda.

La concepción integral de la obra es providencialista, pues se inicia en tiempos “oscuros” (le dice el tío Inca que “en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos”) hasta el advenimiento de la luminosa cultura europea “es cosa cierta y notoria que dentro de pocos días que la armada del Perú entra en Sevilla, suena su voz hasta las últimas provincias del Viejo Orbe, porque como el trato y contrato de los hombres se comunique, y pase de una provincia a otra, y de un reino a otro, y todo esté colgado de la esperanza del dinero, y aquel imperio sea un mar de oro y plata, llegan sus crecientes a bañar y llenar de contento y riquezas a todas las naciones del mundo, mercedes que nuestro Triunvirato les ha hecho. (Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque)”.

Este texto, segunda parte de los Comentarios Reales, fue publicado póstumamente en 1617.

La primera parte, Los Comentarios Reales y que es motivo de esta celebración, es una idealización del Imperio Inca, el Tahuantinsuyo, pero sin la utopía de restaurarlo, como la que aún hoy subsiste y es motor de movimientos anarquistas. Para Garcilaso era, simplemente, "la obligación que a la patria y a los parientes maternos se la debía".

La segunda parte es un reconocimiento a la imposición de la soberanía española y de los nuevos territorios ganados por el Cristianismo. El resultado final es una clara prefiguración del Perú y del sentido de la peruanidad muchos años antes de que estos nacieran. Se trata de la articulación del proceso histórico-social con el literario-cultural. Puede afirmarse sin equívoco que el Inca Garcilaso es el primer peruano y el primero en manifestar la conciencia criolla, y junto al español Alonso de Ercilla, autor de La Araucana, poema épico que narra la conquista de Chile, el iniciador de la literatura latinoamericana.

Aurelio Miró Quesada, en el estupendo prólogo que escribió para la edición de los Comentarios publicada por la Biblioteca Ayacucho, dice:

El peruanismo del Inca Garcilaso, sin embargo, no es restringido ni excluyente, sino de integración y de fusión. El mestizo cuzqueño sabía perfectamente que a mediados del siglo XVI ya no se podía revivir el Tahuantinsuyo, porque los conquistadores españoles habían arrojado una semilla de las que estaban brotando nuevos frutos en los campos de América. “Fruta nueva del Perú” llamó Felipe II a la traducción de León Hebreo. Y sabía que, a pesar de todas las leyes españolas y más allá de los actos forzados o de las imitaciones voluntarias, tampoco se podía implantar una artificial Nueva Castilla, si no había surgido algo distinto que, simbólicamente, no tenía un nombre castellano ni quechua, sino se llamaba con un vocablo espontáneo y criollo: el Perú. Extendiéndolo a América, así habrá que entender la singularidad del mundo americano, al que - con la frase del Inca Garcilaso- “con razón lo llaman el Nuevo Mundo, porque lo es en toda cosa”.

***

Más de tres siglos después de la muerte de Garcilaso, otro peruano universal, José Santos Chocano, escribió una poesía La tristeza del Inca, para dirigirse a una castellana que “ignoraba el mal que le había hecho”. El inca de Santos Chocano es un inca triste. Pero el del Inca Garcilaso es un inca alegre, orgulloso de su raza y de su pasado, que entiende su presente sin considerarlo afrentoso.

En estos próximos años los suramericanos celebraremos, unos antes, otros después, el segundo centenario de nuestra independencia de España y Portugal. Hoy dirigimos nuestra mirada de nuevo hacia Europa, pero ya no con la actitud de los conquistados o sojuzgados, sino entendiendo a cabalidad la riqueza, la complejidad y la trascendencia de nuestro mestizaje, algo en lo que se nos adelantó el Inca Garcilaso de la Vega. Será tal vez porque entendió cuatrocientos años antes el significado de las palabras del escritor y antropólogo peruano José María Arguedas, quien como él conoció a fondo y se movió entre dos mundos: “Todas las sangres nos alientan. Todas las patrias sostienen nuestros sueños”

Notas bibliográficas:

[1] “…A los ochenta años que mi padre y dos hermanos suyos sirvieron a la Corona de España quisiera ya añadir los míos, esos pocos e inútiles que en la mocedad serví con la espada…”



[2] "Si tratáredes de amores con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas"

[3] León Hebreo, Philographia o Dialoghi d’amore /Roma: 1535/; traducción Guedella Yáhia (Venecia: J. de Costa, 1568) 2ª trad. Garcilaso de la Vega (Madrid: Pedro Madrigal, 1590). Véase M. Menéndez y Pelayo, Orígenes de la novela (Madrid, 1905), p. 278 y ss.; así como Hist. Id. Est., op. cit. v. I, pp. 488 y ss. Véase también G. Arciniegas, “El Inca Garcilaso y León Hebreo o los cuatro Diálogos del Amor”, Cultura Peruana, nº 45 (Lima: 1960), pp. 5-11. Véase también Rafael de Cózar: Poesía e Imagen, Sevilla, El Carro de la Nieve, 1991.

[4] “El equilibrio neoplatónico de clara raíz renacentista es el modelo perfecto para sus intentos por explicar (y equilibrar) un proceso histórico problemático que el Inca sintió como parte integrante de su identidad. Con esa traducción, Garcilaso estaba reconstruyendo un sentido intelectual para la Historia y para su propia historia. La teoría del amor como fuerza cósmica unitiva le permite configurar una reinterpretación neoplatónica de la conquista del Perú en términos que rebasan ampliamente lo histórico y se acercan a lo mítico: el descubrimiento y la conquista de América son para él la realización, en el amplio panorama de la Historia, de una unión amorosa entre el Nuevo y el Viejo Mundo; una muestra más del poder reconciliador del amor como fuerza universal. La conquista y el mestizaje resultante (él mismo, por lo tanto) serían el ejemplo evidente de esa unión amorosa universal”. http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/garcilaso/index.shtml



[5] LA FLORIDA DEL INCA. HISTORIA DEL ADELANTADO, HERNANDO DE SOTO, GOVERNADOR , Y CAPITAN GENERAL del Reyno de la Florida, Y DE OTROS HEROICOS CABALLEROS,ESPAÑOLES , E INDIOS. ESCRITA POR EL INCA GARCILASO DE LA VEGA CAPITAN DE SU MAGESTAD , NATURAL de la Gran Ciudad del Cozco CABEÇA DE LOS REINOS, Y PROVINCIAS DEL PERÚ



[6] Fondo Editorial de la PUCP, 2006

[7] Vargas Llosa, Mario, Inca Garcilaso y la lengua general, Letras Libres,1 de enero de 2002, p. 3

[8] Op.Cit.p. 3

[9] El libro fue publicado en la imprenta de Pedro Craasbeck en 1609. La imprenta de Craasbeck, un belga que había emigrado a Lisboa en 1589, era una de las más importantes de toda Europa. Allí se había impreso en 1605 una de las primeras ediciones del Quijote.

[10] Edgar Montiel, La influencia en el pensamiento de la ilustración. La genealogía del Inca Garcilaso, Identidades Nº 94, Lima 03/10/05



[11] De la Riva Agüero, José, Historia del Perú, tesis para el doctorado en Letras, Lima, 1910

[12] Comentarios, capítulo XXVI

¿PUEDE LA EDUCACIÓN CÍVICA AYUDAR A SOSTENER LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA?

Conferencia dictada en el Carr Center del Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard el 26 de abril de 2010, moderada por el doctor Leonardo Vivas, director de la Iniciativa Latinoamericana del Centro Carr para Políticas de Derechos Humanos

A partir de este año y hasta 2025, en los diversos países latinoamericanos comenzamos a conmemorar el bicentenario de nuestra independencia de España y Portugal. Surge entonces la inevitable pregunta: ¿esa conmemoración entraña, realmente, una celebración, un jubileo?

No tengo una única respuesta para esta pregunta. Y cuando analizo las que tengo, me surgen más preguntas: es la meditación que quiero compartir con ustedes. La mayoría de los ejemplos que utilizaré son sobre Venezuela, pues es el caso que vivo, que padezco y que conozco mejor. Pienso que mis ejemplos son válidos porque siento que América Latina es un gran país que comienza en el Río Grande y termina en la Tierra del Fuego, de manera que los ejemplos puntuales de Venezuela se corresponden de manera bastante cercana con las realidades históricas de los países hermanos.

Hay expertos que sostienen que la historia y el devenir de América Latina son pendulares. La democracia en particular se ha comportado de esa manera. ¿Es porque todas las instituciones humanas tienen esa tendencia o porque no estamos preparados para la vida en democracia?

Paul W. Drake, Vicerrector Senior de la Universidad de California en San Diego, y autor de numerosos libros sobre nuestra región, en “Between tyranny and anarchy: a history of democracy in Latin America”(1)identifica “olas de democratización” causadas por factores diversos -principalmente internacionales- que incidieron internamente en nuestros países(2). Entre una y otra ola de democratización, hay una ola de retroceso.

La primera de esas olas, la de repúblicas oligárquicas, corre desde 1820 hasta 1920 y opera un retroceso entre 1920 y 1940. La segunda oleada de democratización se da entre 1940 y 1960, con su correspondiente retroceso entre finales de los años 50 y la mitad de los años 70. La última oleada, un desbordamiento, desde mitad de los 70 hasta entrado el siglo XXI. Drake afirma que no ha habido reflujo (su libro fue publicado en 2006), pero su posición es debatible a la luz de las acciones de Hugo Chávez en Venezuela y la “exportación” de su franquicia, y los sucesos de 2009 en Honduras. A ambos casos me referiré más adelante.

Antes, comencemos por definir la democracia. La palabra es clara en su significado: demos, pueblo y kratos, fuerza o poder. Pero cuando hablamos de democracia, los latinoamericanos usualmente nos referimos a la existencia de procesos electorales, poco al Estado de Derecho, y casi nada a la rendición de cuentas. Las sólidas democracias modernas se han robustecido con éstos y otros factores. Así, podemos afirmar sin lugar a dudas que democracia es la capacidad que tienen los ciudadanos para delegar en quienes elaboran sus leyes y constituciones. Democracia es escoger a los representantes por medio del voto. Democracia es limitar el poder de los gobernantes a través del fortalecimiento y autonomía de las instituciones estatales. Democracia es practicar la igualdad ante la ley. Democracia es observar los derechos humanos y civiles. Democracia es respetar la propiedad privada. Democracia es tener libertad de expresar las opiniones de viva voz. Democracia es aupar la libre empresa. Democracia es practicar la subsidariedad en el ejercicio del gobierno. Democracia es supervisar, no controlar. Todo esto a la vez y no unos en vez de otros, pues aisladamente no constituyen una democracia, y paso a demostrárselos con algunos ejemplos:

La democracia constitucional la inventaron los griegos. Pero entre los mismos griegos hay modalidades de democracia. ¿La democracia griega de la que hablamos es la democracia de Solón, la de Clístenes, la de Efialtes o la de Pericles?... En Grecia existió la democracia, sí, pero circunscrita a los ciudadanos, una elite minoritaria que nada tiene que ver con lo que llamamos democracia hoy en día.
Si optamos por calificar como democracia únicamente el que los ciudadanos votaran para escoger un gobierno representativo que elaborara las leyes, podríamos decir que hubo democracia en la República Romana (509 BC- 27 BC). Y ser ciudadano romano, como antes en Grecia, no era asunto de mayorías.

Si democracia fuera sólo imponer límites al poder central, entonces los señores feudales la ejercieron entre 400 y 1200, cuando impusieron límites a la autoridad real. Y más aún en la Inglaterra en 1215, cuando los nobles impusieron la Carta Magna para limitar el poder del rey Juan Sin Tierra a consecuencia de sus arbitrariedades, desaciertos e iniquidades. Si la democracia se trata de hacer valer derechos, la Carta Magna fue uno de los primeros documentos en reconocer la existencia de derechos civiles, donde el Rey quedaba sujeto a la obligación de consultar el establecimiento de nuevos impuestos y la declaración de guerra a otro país.

Si entendemos como democracia la representatividad, entonces fue un ejercicio democrático el del Rey Eduardo I de Inglaterra, quien en 1295 le dio cuerpo al sistema parlamentario.

Si la democracia es igualdad ante la ley, significa que hubo democracia en el siglo XVIII, pues éste trajo consigo los ideales de la Ilustración, que plasmados en la Revolución Francesa y en su consigna de Libertad, Igualdad y Fraternidad, estaban basados en el principio de que todos los hombres son iguales. En este mismo orden de ideas podemos decir que Napoleón Bonaparte fue un demócrata, pues al darse cuenta del capital político contenido en estos principios, en su ascenso al poder sometió a consultas populares constituciones y leyes (no sin antes asegurar la cantidad de votantes necesaria para su aprobación).

En 1776, la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica estableció un sistema de democracia representativa en la que los ciudadanos escogían a sus representantes para redactar las leyes y a un ejecutor (presidente), para que las hiciera cumplir, sin embargo, la famosa frase “todos los hombres han sido creados iguales” no se refería a todos los hombres. Un significativo número quedaba afuera.

Estos ejemplos ilustran cómo los factores por sí solos no constituyen una democracia. Además, la interpretación de quién es el ciudadano y en última instancia, quién es el pueblo, ha dependido primordialmente del contexto y el tiempo histórico.

Teniendo lo anterior en consideración, quiero ahora situarme en América Latina para analizar los principales rasgos y los hechos comunes que han interferido –o para usar el término de Drake- han hecho que el proceso de consolidación de la democracia se comporte como un péndulo.

El caudillismo

El siglo XIX latinoamericano estuvo signado por repúblicas oligárquicas en su mayoría liberales que se autoproclamaban demócratas por el solo hecho de reaccionar en contra de los regímenes conservadores de clases cerradas que los precedieron, afanados en preservar sus privilegios, el clientelismo e inclusive la esclavitud; en efecto, los liberales trataron de separar el gobierno de la Iglesia, abolir la esclavitud y acabar con las desigualdades. Pero esta titánica proeza necesitaba de un sostén sólido -que no existía- y el fracaso de tales intentos trajo como consecuencia el surgimiento de caudillos, personalidades carismáticas fuertes que lograron y se mantuvieron en el poder con el apoyo de milicianos armados en el comienzo, y de ejércitos organizados más tarde.

Estos “hombres fuertes” surgieron durante las guerras de la independencia; usualmente eran terratenientes protegiendo sus intereses personales, quienes consolidaron su poder e influencia a todo lo largo del siglo XIX.

Mi padre, quien además de médico era historiador, decía que el siglo XIX venezolano podía resumirse en una estrofa del “Palabreo de la Loca Luz Caraballo” de Andrés Eloy Blanco:

Tu hija está en un serrallo//dos hijos se te murieron// los otros dos se te fueron //detrás de un hombre a caballo.

En Venezuela la presencia de esos caudillos caracterizó el período post independentista. José Antonio Páez, héroe de la gesta patriótica y Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, son los de mayor relevancia, pero un número importante de jefes de montoneras sembró de inestabilidad la región y a los pocos años se vivió nuevamente una guerra civil, aún más cruenta que la de la independencia (3).

Entre los héroes de la independencia que se entronizaron como caudillos cabe también mencionar a José Gervasio Artigas en Uruguay, a Agustín Gamarra en Perú, a Juan Facundo Quiroga en Argentina, a Antonio López de Santa Anna en México , y a los brutales Gaspar Rodríguez de Francia -“el doctor Francia”- en Paraguay y Manuel José Estrada Cabrera en Guatemala, inmortalizados respectivamente por las plumas de Augusto Roa Bastos en “Yo, el Supremo” y Miguel Ángel Asturias en “El Señor Presidente”.

El siglo XX venezolano comienza con Cipriano Castro, El Restaurador, sucedido por su compadre Juan Vicente Gómez, el Benemérito, quien acabó con los caudillos locales y mandó durante 27 años. De igual manera en Ecuador Eloy Alfaro, “el Viejo Luchador” conculcó los derechos de sus adversarios, pero para sus partidarios si no era un dios, era prácticamente un enviado de Dios.

¿Será una herencia de la península ibérica? Francisco Franco se autodenominó en 1936 “Caudillo de España por la gracia de Dios” título que iba más allá del de Führer o Duce y António de Oliveira Salazar en Portugal se hacía llamar caudillo. La palabra caudillo, tanto en español como en portugués, tiene una connotación de heroicidad, del guerrero noble, idealista y valiente, como Viriato, el héroe de la resistencia lusitana contra Roma, y el mismo Cid Campeador. Sea lo que sea, la figura del hombre fuerte en América Latina sigue siendo inquietante. Carlos Andrés Pérez barrió en las elecciones de 1973 con el slogan “Democracia con energía” y una campaña mediática que lo mostraba como el caudillo enérgico que vendría a imponer el orden.

El cesarismo

Los pueblos latinoamericanos han tenido una marcada propensión al cesarismo. En su falta de educación y criterio se han cobijado bajo el ala protectora del gobernante autoritario, quien se yergue como la única figura capaz de controlar el poder político. Unas palabras de Antonio Leocadio Guzmán, uno de los mayores cínicos de la historia venezolana, muestran a la vez la total carencia de ilustración del pueblo venezolano pasada la mitad del siglo XIX, y de cómo los caudillos se aprovechaban de ello:

“No sé de dónde han sacado que el pueblo de Venezuela le tenga amor a la Federación, cuando no sabe ni lo que esta palabra significa. Esta idea salió de mí y de otros que nos dijimos: supuesto que toda revolución necesita bandera, ya que la Convención de Valencia no quiso bautizar la constitución con el nombre de federal, invoquemos nosotros esa idea; porque si los contrarios hubieran dicho Federación, nosotros hubiéramos dicho Centralismo".

Este ha sido el denominador común de todos los caudillos latinoamericanos: usar al pueblo para alcanzar sus fines, y una vez alcanzados, olvidarse de quienes los llevaron hasta allí. No se salva ni Bolívar.

En su blog, Luis Enrique Alcalá anota lo siguiente:

“Al referirse a los inicios de la Independencia, y a pesar de su limitada inteligencia, el autor de “Recuerdos de la rebelión de Caracas”, José Domingo Díaz, quien por ser vehemente realista e hijo expósito ha sido descalificado por muchos historiógrafos, dejó constancia de algo que no podía comprender del todo: “…Allí por la primera vez se vio una revolución tramada y ejecutada por las personas que más tenían que perder…”; y, para evitar cualquier duda sobre cuáles eran a su juicio los verdaderos propósitos de nuestros héroes, nos legó estas palabras dichas por Bolívar a Iturbe después de la Campaña Admirable: “No tema usted por las castas: las adulo porque las necesito; la democracia en los labios y la aristocracia aquí”, señalando el corazón” (4)

El césar se presenta como salvador de la patria, justiciero, paladín de la justicia. Usualmente su nombre viene acompañado de un epíteto que lo califica y recuerda a quienes están bajo su égida quién es el que manda.

Nuestros países han pagado con sangre, sudor y lágrimas el tránsito del cesarismo a la democracia. ¿Estaremos regresando a los tiempos del cesarismo?

Max Weber sostuvo que las democracias tienden en esa dirección. Una afirmación que vale la pena analizar en profundidad. ¿Temeraria, extemporánea? Al parecer, ni una cosa ni la otra, sino una afirmación muy vigente a pesar de haber sido hecha hace casi 100 años. Vigente incluso en países desarrollados, pues toca el tema medular de las democracias de masas.

Según Gerhard Casper, Presidente Emérito de Stanford University y experto en Weber(5), “en la lectura de Weber uno no puede dejar de asombrarse por la relevancia que tienen sus planteamientos con nuestra situación histórica. Como nos encontramos con tendencias cesaristas en la política contemporáneas, lo que Weber tiene que decir sobre "gobernabilidad" (y gobernanza)(6)es cualquier cosa menos que teórica".
El tema del cesarismo también fue exhaustivamente tratado por Oswald Spengler, contemporáneo de Weber, en su libro “La decadencia de Occidente" ( 1918). En él, Spengler identifica el período que va desde 1800 hasta 2000 como el período en que el poder económico de Occidente domina las formas políticas de la “democracia” – y coloca la palabra entre comillas. Los primeros cien años del siglo XXI, profetiza, serán de formación de cesarismos, seguido de un retroceso después de 2100, caracterizado por primitivismo, declive interno e incremento gradual de la crudeza del despotismo(7). Al menos en Venezuela, los argumentos que dio el partido de gobierno para aprobar la reforma constitucional que permitirá a Hugo Chávez reelegirse indefinidamente confirman las tesis de Weber y Spengler. Los colombianos, más sabiamente, pusieron a tiempo un freno en el ánimo de reelección indefinida de Álvaro Uribe. Tal vez fue el mismo Uribe quien se dio cuenta del peligro que ello entrañaba. Sin embargo, pareciera que Ecuador, Nicaragua y Bolivia van por el mismo camino recorrido por Venezuela.

Al hablar de cesarismo en nuestra región, hay que mencionar al ícono de la aclamación cesarista en América Latina, estudioso de Mill y de Darwin, de Comte y de Spencer: el venezolano Laureano Vallenilla Lanz, principal representante del positivismo venezolano, graduado en La Sorbona, contertulio de Unamuno, Pérez Galdós y Pío Baroja. Como director-editor del periódico “El Nuevo Diario” y más tarde en su libro “Cesarismo Democrático” (donde dedica un capítulo entero a la figura del “gendarme necesario”, encarnado en Juan Vicente Gómez), Vallenilla se explaya en la justificación del personaje dentro del contexto histórico latinoamericano:
“Si en todos los países y en todos los tiempos —aún en estos modernísimos en que tanto nos ufanamos de haber conquistado para la razón humana una vasta porción del terreno en que antes imperaban en absoluto los instintos— se ha comprobado que por encima de cuantos mecanismos institucionales se hallan hoy establecidos, existe siempre, como una necesidad fatal «el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor, de mano dura, que por las vías de hecho inspira el temor y que por el temor mantiene la paz», es evidente que en casi todas estas naciones de Hispano América, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior”(8)

Esta legitimación de la figura de Juan Vicente Gómez se ha consolidado en los distintos sectores de la sociedad venezolana. El mausoleo de Gómez en la ciudad de Maracay tiene infinidad de exvotos dándole gracias “por los favores recibidos”. ¿Acaso un llamado para la autocomprensión nacional?... ¿puede hablarse del “éxito” de Gómez?

Al día siguiente de la muerte de Gómez, Vallenilla escribió en El Nuevo Diario:
"¡Se murió el loquero!...El General Gómez me ha dado muchas veces la impresión de esos loqueros de antiguos manicomios que empleaban la terapia de la lata de agua y del látigo. No curaban, pero mantenían en orden al establecimiento... Fue un hombre importante y patriota, a su manera y de acuerdo con su formación. Un mediocre no se mantiene veintisiete años en el poder...Quedo pobre de una larga colaboración con él; pobre a conciencia, pues nunca, quise traficar con mis ideas. Me he limitado a exponerlas y las juzgo valederas para muchos años, a menos que en Venezuela se cumpla un proceso radical de transformación".

En el cesarismo, paralelo a la apología del caudillo, las elecciones terminan siendo simples plebiscitos – porque no son otra cosa que la aprobación o desaprobación del mandatario de turno (9)- no hay tolerancia con la disidencia y las funciones de los legisladores y jueces se minimizan (con complacientes alzadas de mano y sentencias ad hoc). Desgraciadamente tengo que volver al ejemplo de mi país: en el acto de inicio del año judicial 2006, los magistrados que se encontraban en el Tribunal Supremo de Justicia corearon a gritos la consigna “¡uh, ah, Chávez no se va!”. Al menos en Venezuela, seguimos esperando por la transformación de la que hablaba Vallenilla.

No se puede hablar de caudillismo y cesarismo sin hablar de militarismo, la glorificación de las ideas y el estamento militar, simplemente porque la mayoría de los caudillos y césares o eran militares o se auto invistieron como tales(10).

Para los latinoamericanos, el militarismo ha sido un fardo muy pesado de llevar. Poseemos un panteón de héroes militares que ha minimizado el de los próceres civiles, verdaderos constructores de nuestras naciones. Basta comparar los resultados entre el siglo XIX chileno, con Andrés Bello a la cabeza, con los del siglo XIX venezolano -con los Monagas, Zamora, Castro, Falcón y hasta el mismo Guzmán Blanco, a quien no se le pueden negar ciertas ideas lúcidas y de avanzada…

El militarismo

En el siglo XX el militarismo fue más sofisticado, con ejércitos ya profesionales. Todas las naciones en América Latina tienen en sus instituciones y en sus políticas una marcada influencia militar, historias de golpes de derecha, de golpes de izquierda y un gran retraso con respecto a los logros de los países europeos y los Estados Unidos.

El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, firmado en Río de Janeiro en 1947 fue concebido para consolidar las democracias y enfrentar contundentemente al comunismo. El resultado fue abrir las puertas para que los militares pusieran y quitaran gobiernos a su antojo, a la vez que legitimaron la intervención militar de los Estados Unidos en todos los países de Latinoamérica.

El editorial de la Revista Proceso del 1 de noviembre de 1995 es de una claridad meridiana al analizar el fenómeno del militarismo en América Latina en tan sólo un par de páginas:

“El objetivo del tratado era el de "garantizar la paz por todos los medios posibles, proveer ayuda recíproca, efectiva para hacer frente a los ataques militares armados contra cualquier estado latinoamericano, y prevenir las amenazas de agresión contra cualquiera de ellos.

Como consecuencia, esto condujo a la época en que importantes acuerdos bilaterales fueron firmados, abriendo camino a miles de oficiales militares y personal técnico para asistir a cursos de formación en los Estados Unidos o, hasta 1984, en la Escuela de las Américas en Fort Gulick, en el Canal de Panamá Zone…

El cuadro militar de América Latina se fue a Estados Unidos para aprender (además de técnicas de contrainsurgencia) el nuevo rol que iba a desempeñar en la defensa de sus respectivas naciones, así como en la defensa del "mundo libre". Y a partir de ese momento, los militares de América Latina comenzaron a verse a sí mismos como el sector más importante de la sociedad: los únicos capaces de garantizar "la supervivencia nacional", que fue amenazada por el cáncer "comunista". Este fue el comienzo de la Doctrina de Seguridad Nacional, que en 1965 -el año del golpe de Estado brasileño, que marcó el nuevo estilo de régimen autoritario-se convirtió en la visión del mundo para justificar y dar sentido al poder casi absoluto otorgado a las Fuerzas Armadas a partir de ese momento.

En el ámbito económico, hacia el final de la década de 1970 los militares habían logrado un cierto grado de "éxito" en la aplicación de programas de ajuste estructural, acompañados por enormes costos sociales, por supuesto, incluyendo la reducción del salario y altos niveles de desempleo. En el ámbito político, podrían jactarse de haber detenido el avance del comunismo, que en términos prácticos significaba no sólo desaparecer, torturar y asesinar a cientos de miles de opositores políticos, sino también prevenir la aparición de sindicatos y partidos políticos, el cierre de las legislaturas y arbitraria violación de las constituciones. En una palabra, los militares rompieron no sólo las estructuras de la sociedad civil, sino también de las estructuras democráticas que se habían consolidado antes de la llegada de las dictaduras; el "orden" se restableció al precio del desmembramiento de la sociedad civil y la destrucción de la democracia” (11)

A pesar de todo esto y del poder omnipotente que desplegaban muchos regímenes, en los años 80 las voces de inconformidad de la sociedad civil se hicieron oír. Nuevamente el péndulo latinoamericano se inclinaba hacia las democracias. Tomando la idea de Drake anteriormente expuesta sobre la influencia de los eventos internacionales en el pendular de nuestros procesos, estos coincidieron con la caída del Muro de Berlín y del bloque socialista en general. En efecto, la excusa de “luchar contra la amenaza del comunismo” se había disipado y la posibilidad de establecer gobiernos democráticos y civiles era más que un desiderátum.

Desde los años 80 en adelante la democracia se impone en casi toda América Latina, más por efecto de los experimentos descentralizadores que se llevaron a cabo en los municipios, que por cualquier otro motivo. No hubo mayores cambios en la institucionalidad, la corrupción siguió rampante y los políticos en su mayoría seguían optando por un gobierno centralista. La fuerza de la sociedad civil activada desde sus parroquias contribuyó a consolidar lo que Drake llama “el tsunami de las democracias neoliberales”. Pero hubo –y hay- excepciones.

A la luz de los últimos años, resulta paradójico el papel que tuvo Venezuela como impulsora y reestablecedora de la democracia, principalmente en los países centroamericanos.

¿Qué pasó en Venezuela, que luego de haber tenido una de las democracias aparentemente más sólidas del continente, desembocó en un gobierno caudillista, cesarista y militarista? No puedo dejar de lado este análisis por lo particular, por lo anti-histórico y porque soy venezolana. Además, el chavismo se ha convertido en una franquicia de exportación –Bolivia, Ecuador, Nicaragua, algunos países del Caricom- y en el patrón de medida latinoamericana: o se está a favor o se está en contra de Chávez. Pero Chávez en ningún caso pasa inadvertido.

Pero Chávez no es una causa, es una consecuencia. ¿Fueron tan ciegos los dirigentes venezolanos como para no darse cuenta de lo que se estaba gestando?

Alexis de Tocqueville explica cómo los actores sociales de la Francia de 1789 ignoraron -o desestimaron, en el mejor de los casos- los signos prerrevolucionarios que tenían frente a sí: “…es decididamente sorprendente que aquellos que llevaban el timón de los asuntos públicos—hombres de Estado, Intendentes, magistrados—hayan exhibido tan poca previsión. No hay duda de que muchos de estos hombres habían comprobado ser altamente competentes en el ejercicio de sus funciones y poseían un buen dominio de todos los detalles de la administración pública; sin embargo, en lo concerniente al verdadero arte del Estado— una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro—estaban tan perdidos como cualquier ciudadano ordinario” (12)

¿Hacia dónde va un país en el que los políticos en el poder están perdidos, y los que están por alcanzar el poder tienen un plan concreto de arrasar con todo, para establecer un “nuevo orden”? Experiencias con esos “nuevos órdenes” tenemos suficientes en la historia. Lo increíble es que sigan repitiéndose con el mismo patrón.

Yehezkel Dror, experto mundial en la generación científica de políticas (que no es otra cosa que un conjunto de procedimientos que ayuden a clarificar y asegurar el bien y el interés común) escribió una importante obra en torno al fanatismo como causa de problemas de gobernantes y actores políticos anómalos a la que llamó Crazy States, Estados Dementes. En ella analizó los rasgos y conductas de personajes y de movimientos revolucionarios y terroristas. Adolf Hitler, Idi Amin Dada, Muammar Kadafi, los Cruzados cristianos, los Guerreros Sagrados del Islam, los nazis, el Ejército Revolucionario Irlandés, entre otros, forman parte de la investigación de Dror. Los rasgos que a su parecer definen un Crazy State,(13)son:

1. Políticas y metas muy agresivas en contra de terceros (generalmente sus opositores o adversarios), como las que usó Lenin en contra de los kulaks –los campesinos ricos- para quitarles el trigo que su revolución no producía.

2. Un compromiso reiterado, profundo e intenso con tales metas y la absoluta disposición a pagar un alto precio y a correr los riesgos que dicho logro entraña.

3. La certeza de poseer superioridad ante una moralidad convencional y las reglas aceptadas del comportamiento internacional, y la abierta disposición a ser inmoral e ilegal en nombre de esos valores “superiores”.

4. Comportamiento lógico dentro de los paradigmas que establecen. Una vez que se parte de un falso paradigma, lo que sigue es una cadena coherente de hechos, exactamente lo que Hitler y el régimen nazi hicieron con el caso judío: “los judíos son cucarachas: han causado todos nuestros males; a las cucarachas hay que exterminarlas, a los judíos también…”

5. Una propaganda bien estructurada que incluye el uso de símbolos y amenazas, para causar un alto impacto sobre la realidad (14).

¿Esta marcha de Venezuela –y de los países que la siguen- es parte de lo que llama Paul W. Drake, estar entre la tiranía y la anarquía?...

Es interesante reflexionar sobre esta idea, pues la original no es de Drake, sino del Libertador Simón Bolívar, quien manifestó su desesperación al tratar de forjar una república democrática que pudiera resistir los peligros opuestos de tiranía y anarquía (15). La cita completa es: “cada democracia, parlamentaria o presidencialista, federal o centralista, transita el espacio que hay entre tiranía y anarquía”(16). Este pensamiento no abandonaba a Bolívar. En su discurso al congreso que redactaba la primera constitución de Bolivia, advirtió a los legisladores: “Vuestro deber os compele a evitar el enfrentamiento entre dos monstruosos enemigos, que a pesar de parecer encerrados en un mortal combate, os pueden atacar ambos a la vez. Tiranía y anarquía constituyen un inmenso mar de opresión rodeando la pequeña isla de la libertad”(17)

Concuerdo con Drake en que desde que estas palabras fueron pronunciadas, los descendientes de Bolívar hemos lidiado con el clásico dilema de establecer una democracia que provea orden sin dictadura y libertad sin desintegración (18).

En todo caso, es contradictorio que sea el pensamiento de Bolívar el que califique –y a la vez descalifique- los autodenominados movimientos bolivarianos.

Hay otro factor que no puede quedar fuera de este análisis y es que la conquista de los países latinoamericanos se diferencia principalmente de la de los Estados Unidos en que los conquistadores españoles y portugueses vinieron sin mujeres y desde el principio se mezclaron, dando origen a una sociedad mestiza, de marcadas diferencias sociales, de estructura piramidal, con una base iletrada, paupérrima y sobreviviente, que con contadas excepciones, como Chile, Costa Rica y Uruguay, han podido alcanzar un mejor nivel de vida.

Cuando se está en situación de sobrevivir, poco importa quién está en el poder, pues se vive mal tanto en democracia como en dictadura. Un grafitti en Ciudad de México resulta muy ilustrativo de esta situación: decía “basta de realidades, queremos promesas”. Un derechazo a la mandíbula de cualquier político. Sin embargo, muy pocos acusaron el golpe.

La inestabilidad política en América Latina ha impedido que se creen políticas concretas y permanentes no sólo de reducción de pobreza, sino de creación de riqueza. Las políticas cambiaron con los gobiernos y los cambios de gobierno entre los siglos XIX y XX marcaron record en la historia del mundo. Por ejemplo, Perú tuvo 95 presidentes entre 1821 y 1969 –un promedio de un presidente cada año y medio.
Inestabilidad y populismo, la peor combinación. Por eso no extraña que hayamos ido de la tiranía a la anarquía y de regreso. Mientras, los pueblos esperando. Esperando un mesías.

Entre tanto, los políticos estaban más interesados en autopromocionarse. La Constitución de Perú de 1933 estableció que el Presidente de la República “personifica la nación”.

Los argentinos fueron aún más lejos: el libro de lectura de primer grado inferior, aprobado por el Ministerio de Educación después de 1952, es una glorificación a las figuras de Perón y Evita.

Y en Colombia, Alberto Lleras Camargo, presidente entre 1958 y 1962, en tono de broma –y todos sabemos que no hay nada más serio que el humor- dijo que un presidente tenía que ser “mago, profeta, redentor, salvador y pacificador, que puede transformar una república arruinada en una próspera, que puede lograr que los precios de lo que exportamos suban y que el valor de lo que consumimos baje”(19). Una broma, sí, pero era el reflejo exacto de lo que esperaba la gente.

A esas masas anónimas y olvidadas dirigió su discurso Hugo Chávez. A esos indígenas desesperanzados les habló Evo Morales. A ese pueblo desesperado convocó Rafael Correa. Tocaron sus corazones, apelaron a su emocionalidad, los tomaron en cuenta. Es incomprensible que todavía haya quien se sorprenda de que hayan tenido “éxito” y arrastren tanta gente.

Pero el “éxito” no puede medirse en términos de arrastrar gente y el pueblo que sigue, también exige y castiga.

Lo sucedido el año pasado en Honduras es digno de un breve análisis: la Corte Suprema de Justicia ordenó la destitución de Manuel Zelaya, rechazando la imposición del referéndum que éste quería llevar a cabo para cambiar la constitución por anticonstitucional. También fue rechazada por el Congreso, la Fiscalía, el Tribunal Electoral y el Partido Liberal, el mismo en que militaba Zelaya. Ciertamente, los militares fallaron en cómo hacer cumplir la Constitución, y es condenable desde todo punto de vista haber sacado al presidente Zelaya como lo sacaron, pero el resultado final fue que ni Micheletti ni los militares se quedaron en el poder: con el llamado a elecciones triunfó la democracia.

Quiero hacer notar que me resulta incomprensible que el debate internacional se haya centrado en la salida de Zelaya, pero que nadie haya dicho –excepto los hondureños- que Zelaya había violado la Constitución, y procedía juzgarlo y llevarlo a prisión, si ése hubiera sido el veredicto. Una gran mayoría de los hondureños, por su parte, rechazó la “chavización” de Honduras.

Hoy, 26 de abril de 2010 América Latina está dividida ideológicamente: una parte del subcontinente va hacia la democracia y otra va hacia el despotismo demagógico. Sin embargo, soy optimista con el futuro de nuestras democracias: mi optimismo está basado en los grupos organizados –ONGs- que trabajan por los derechos humanos, la ecología, la sociedad civil, la ciencia, y tantos otros renglones de la vida nacional.

Los países que hoy cuentan con democracias más sólidas se formaron a partir de estas ONGs, como los Partidos Verde en Europa. Las democracias hay que formarlas de abajo hacia arriba, y no de arriba hacia abajo como sucedió en América Latina.

Los experimentos de descentralización –a pesar de que la norma en América Latina siga siendo una marcada tendencia al centralismo- han producido escuelas informales de educación ciudadana, donde los participantes asumen su compromiso con la comunidad. Por primera vez los ciudadanos asumen sus deberes, además de sus derechos.

Son esos ciudadanos quienes se han organizado para ser testigos en las mesas electorales para impedir fraudes. ¿Quién hubiera pensado que Pinochet perdería el referéndum de 1988?

Los medios de comunicación masivos han tenido su buena cuota de responsabilidad en la participación ciudadana, pues han llevado la información adonde antes nunca había llegado. Las personas han podido desarrollar sus criterios y expresar sus opiniones. Los movimientos democráticos y de derechos humanos en todo el mundo le deben buena parte de sus efectos y éxitos al Internet y más recientemente al Twitter.

Nuestros pueblos están aprendiendo a elegir, no sólo a votar. Contrario a lo que sucedía en los años 80, 90 e incluso entrado el año 2000, la mayoría de los latinoamericanos hoy opina que prefiere un gobierno democrático por encima de uno autoritario. La satisfacción con la democracia va paralela al bienestar económico y no con las votaciones, ni con la libertad de expresión y otras libertades, ni siquiera con la igualdad en ninguna de sus formas.

En 1871, dos años antes de su muerte, John Stuart Mill describió en el Libro IV de Principios de Economía Política la relación que él encontraba entre el progreso social y los asuntos económicos. Para Mill, el progreso social se alcanza sí y sólo sí se incrementa el conocimiento. Para nosotros esto resulta una perogrullada y de una obviedad casi insultante. Pero aún en pleno siglo XXI en muchos países –y en muchos de nuestros países- no lo es, pues está muy lejos de la realidad y de los planes de los gobiernos de turno.

Mill sabía hace casi doscientos cincuenta años que las sociedades se emancipan a través de la educación y definió un término muy en boga hoy en día: empoderamiento. Las clases trabajadoras empoderadas, según él, son las generadoras de cambios profundos en las sociedades, pero esto dependería básicamente de la existencia de otros factores como:

- La capacidad de que permeen los excedentes de capital de los países más ricos a los países más pobres
- La reducción de los impuestos
- La protección de los ciudadanos, que pasa por evitar los conflictos y las guerras
- La protección de la propiedad privada
- La mejora de las capacidades empresariales de la población como vehículo para incrementar la prosperidad (también a través de la educación)(20)

La democracia es uno de estos cambios. De manera tal que podemos concluir que la democracia es un valor que resulta de la educación. De la educación ciudadana en particular. De la ética y la educación en valores.

Indudablemente que falta mucho por hacer. Pero los cimientos están puestos y el empoderamiento que provee la educación ciudadana tejerá la red que sustentará las democracias del futuro. Desde las familias hacia las parroquias, desde las parroquias hacia el municipio, desde el municipio hacia el estado, desde el estado al país. Porque como bien acotó el Presidente Portilla de Guatemala en su discurso de toma de posesión, “nadie es tan débil para no ayudar, nadie tan fuerte para hacerlo sólo”.


Notas bibliográficas:

[1] Drake, Paul W., Between tyranny and anarchy: a history of democracy in Latin America 1820-2006, Stanford University Press, Stanford, California, 2009, p.6

[2] Samuel Huntington las había descrito antes en La Tercera Ola

[3] El tema del carácter de Guerra civil de la Independencia ha sido tratado extensivamente. Hoy en día existe un consenso de que así fue. En Venezuela vivían alrededor de 800.000 habitantes. El ejército español en su mejor momento tuvo 15.000 personas. Si la guerra hubiera sido de venezolanos contra españoles, ¿cómo explicar la prolongación de la guerra con unos números tan contundentes?

[4] http://doctorpolitico.com/?page_id=10087

[5] Gerhard Casper, Caesarism in Democratic Politics: Reflections on Max Weber, Library of the Congress Webcasts, March 22, 2007

[6] Gobernabilidad como la cualidad de gobernable y gobernanza como el arte de gobernar

[7] Oswald Spengler, The Decline of the West, Oxford University Press, 1991, p. 379

[8] Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático, Caracas: Monte Ávila, 1990, p. 165-92

[9] Weber observó hace 100 años que el Presidente de los Estados Unidos se encontraba en el camino de “una forma pura de aclamación cesarista”. Casper, en su conferencia,

[10] Es conocido que el ascenso de rango en el siglo XIX se obtenía en las batallas.



[11] Proceso 684, Editorial, 1 de noviembre de 1995

[12] Alexis de Tocqueville. The Old Regime and the French Revolution. New York: Anchor Books (1955) - Translated by Stuart Gilbert

[13] Es importante acotar que Dror no entra en juicios de valor sobre si los valores del Estado son “locos” de manera universal

[14] Yehezkel Dror, Crazy states, a counterconventional strategic problem, Millwood, New York: Kraus reprint, (1980)

[15] Drake, Paul W., Between tyranny and anarchy: a history of democracy in Latin America 1820-2006, Stanford University Press, Stanford, California, 2009, p. 1



[16] Citado por Gerald E. Fitzgerald, The Political Thought of Bolívar: Selected Writings, The Hague: Martinus Nijhoff, 1971, p. 96

[17] Drake, Paul W., Between tyranny and anarchy: a history of democracy in Latin America 1820-2006, Stanford University Press, Stanford, California, 2009, p.65

[18] Op. Cit., p.1



[19] Alexander Edelmann, Latin American government and politics; the dynamics of a revolutionary society, Homewood, Ill., Dorsey Press, 1969, p.413

[20] John Stuart Mill, Principios de Economía Política, Libro IV, México: Fondo de Cultura Económica, 1951, Capítulo 7

El peso de las palabras

Vivimos una descomposición que es obvia en todos los órdenes. Pero quizás en el orden de las palabras es más obvia que en ningún otro, porque las palabras son el vehículo para expresarnos.

Y nuestras palabras han perdido peso. ¡Auxilio, por favor, Alexis Márquez Rodríguez! Y es que perdiendo peso pierden significado, pierden contundencia, pierden esencia. Nos hemos acostumbrado a usar OTRAS palabras que además de suplantar las palabras adecuadas, en muchos casos banalizan los hechos que las palabras describen.

Por ejemplo: un amigo vivió una muy desagradable experiencia con unos policías que lo detuvieron y él estaba sin papeles. En vez de ponerle una multa, como hubiera correspondido, los oficiales le quitaron la cartera, le extrajeron la tarjeta de débito y lo llevaron al banco para que sacara dinero. ¡Un secuestro EXPRESS hecho por la policía! Yo le dije que los denunciara, y me dijo que para qué... , que sabrían dónde vivía, qué hacía, dónde estudian sus hijos y prefería "dejarlo así". ¿Cuántas cosas "dejamos así"? Muchas. Lo peor, y a eso viene el tema de este artículo, es que en la reunión en la que nos contó lo que le había pasado, uno de los asistentes le dijo: "no chico, no te robaron, te MARTILLARON". ¿Cómo que no lo robaron? ¡Literalmente lo robaron a mano armada! Pero nosotros, en vez de llamar las cosas por su nombre, recurrimos a eufemismos, que no son otra cosa que la expresión suavizada de una idea dura.

¡Qué bríos! Así, cuando nos violan todos los derechos, cuando nos meten a juro leyes que ya hemos rechazado vía referendo, cuando se burlan de nosotros en nuestras narices, lo que decimos es que "nos están calentando como a la rana del cuento". ¿Y si sabemos que la fulana rana terminó sancochada, por qué no reaccionamos?

Aquí a los robos los llamamos martilleos, a los sobornos les decimos matracas y a las sinvergüenzuras, trajines... Y ni son martilleos ni son matracas ni son trajines. ¿Por qué le quitamos importancia a las cosas que la tienen? Es terrible que lo hagamos, porque es el primer paso para aceptar como normales las cosas que son anormales, para aceptar como parte de nuestra cotidianidad lo que en cualquier parte del mundo civilizado serían hechos punibles.

Y es que como las leyes, aquí las palabras tampoco pesan.

viernes, 23 de abril de 2010

Mi amigo, el de las perlas

Se nos fue Esteban Rivas. Se nos fue cuando más podía dar, cuando tenía más ilusiones, cuando más lo necesitaba su familia. Los accidentes automovilísticos son así, lo sé de primera mano, pues mi papá también murió de esa manera.

Se nos fue el hombre de las perlas. Esteban, el orfebre. Esteban, el empresario. Esteban, el hombre generoso. Esteban, el hombre de la sonrisa a flor de piel. Esteban, el amigo. Me siento muy orgullosa de que Esteban me haya considerado su amiga. Lo admiré desde el día que llegué a su tienda y vi las maravillas que era capaz de hacer con sus manos. Gente como él es la que hace falta para que el país progrese. Un hombre que no le tenía miedo al trabajo, cuya visión siempre estuvo situada más allá del horizonte, cuyas metas se renovaron día a día.

Esteban se fue sin haber cumplido su sueño de ir a aprender en Italia. Llevar a cabo ese sueño queda ahora en manos de su esposa Ingristh y de sus hijos. Esteban no morirá en la medida en que continúen el trabajo que él empezó, los sueños que tejió y las metas que se propuso. Un claro reto para los suyos. Pero estoy segura de que lo que Esteban sembró en ellos les dará la energía para llevarlo a cabo.

“Aquí estamos acompañándote tu familia de Margarita”, me dijo Esteban cuando me abrazó para felicitarme el día de la presentación de mi cuento “Los 7 Encuentros” en Porlamar. Y era así. Llegar a casa de Esteban era llegar a mi casa, porque hicimos buenas migas desde aquel día en que nos conocimos.

Un día llegué y encontré que la tienda estaba cerrada. Me acababa de montar en el carro para irme y volver al día siguiente, cuando vi a Esteban corriendo hacia la calle: “qué bueno que viniste, Carolina. Bájate, por favor. Estamos celebrando el cumpleaños de mi hermana, ven para que te tomes una champañita con nosotros”. Compartí con gusto con su bella familia, que ha salido adelante por el esfuerzo tenaz y sin descanso de un hombre bueno.

La noticia de su fallecimiento me sacudió, como ha debido sacudir a todos los que lo conocieron. No se me quita de la cabeza el correo de la periodista Miriam Díaz Arismendi:

“Me atrevo a escribir estas líneas, sin ratificar que realmente sea usted la misma persona con quien desea ponerse en contacto Ingristh Figueroa de Rivas, esposa del conocido orfebre Esteban Rivas, quien murió ayer en horas de la mañana en un accidente de tránsito en la isla de Margarita”

¿Esteban, mi amigo? ¿Esteban, muerto?... Aún hoy que ya han pasado dos semanas, me resulta difícil imaginar que Esteban no estará allá cuando yo vuelva. Pero los designios de Dios hay que aceptarlos aunque no los entendamos.

Hace tres días asistí a un acto y me puse uno de los bellísimos aderezos de collar y zarcillos que me hizo Esteban. Como siempre que me sucede cada vez que los uso, varias personas –mujeres y hombres- me los alabaron.

- ¿Dónde compraste ese collar tan espectacular?... ¡qué belleza eso que llevas puesto!

- Lo hizo Esteban Rivas, mi amigo.

Tragué grueso, y un luto invadió mi alma, por mi amigo, el de las perlas…

lunes, 19 de abril de 2010

La casa de los diablos

En el verano de 1978 nos dio por acercarnos a “la casa de los diablos” en Los Guayabitos. La iniciativa la tomó mi primo Marco, quien había venido de Italia a pasar las vacaciones y se había auto designado como máxima autoridad sobre las cosas que –según él- allí sucedían. Su desorbitada descripción incluía diablos en el jardín (que también han podido ser columpios, fuentes y hasta arbustos bien podaditos, pero que en el terror todos veíamos como diablos) y “misas negras” que los miembros de la supuesta secta oficiaban en un sótano dentro la casa. Todos sentíamos miedo, pero estoy segura de que Marco lo sentía más que ningún otro.
Cada noche, fuéramos adonde fuéramos o viniéramos de donde viniéramos, pasábamos por ahí. Nuestros demenciales gritos han debido escucharlos varios kilómetros más allá.
Una noche alguien lanzó un reto: “¿Quién se atreve a bajarse?”. “Yo no”, se apuró a responder Marco. Todos los demás que veníamos en el carro guardamos un silencio de sepulcro. “Yo me atrevo”, dijo finalmente un valiente. Se bajó justo en la quilla que forma la vía principal con la calle que desciende hacia Turgua. El conductor pisó el acelerador. Carcajadas histéricas llenaron el carro.
Años después aquel valiente fue nombrado ministro. Era inevitable -al verlo tan circunspecto en el cumplimiento de sus deberes- contrastarlo con la imagen de aquella noche, corriendo detrás del carro con los brazos abiertos y gritando desgarradoramente “¡Coño, no me dejen!”.

¿Independientes?

Hoy hace 200 años que un grupo de la más rancia aristocracia caraqueña -miembros del Cabildo de Caracas- logró el apoyo del pueblo para dar el primer paso para independizarnos del imperio español. A la luz de lo que hoy vivimos, no puedo sino concluir que la iniciativa fue un tremendo fracaso.

¡Tanta sangre derramada en aquella guerra fratricida para que hoy seamos más dependientes que nunca! Porque ser independientes no es celebrar las fechas patrias, ni hacer apologías de los próceres ni invitar a oradores extranjeros para que nos digan que somos independientes.

¿Podemos decir que somos independientes cuando las políticas de gobierno dependen exclusivamente del estado de ánimo del Presidente de la República?

¿Podemos proclamarnos independientes cuando Fidel Castro tiene potestad para decidir qué se hace y qué no se hace en Venezuela?

¿Podemos alegar independencia si nuestro petróleo sólo sirve para subsidiar la falta de riqueza y no para crearla?

¿Somos independientes si dependemos del gobierno para obtener los servicios básicos (bien malos, de paso), sin ninguna otra alternativa?

¿Independientes?... ¡No es independiente quien ha desmantelado su aparato productivo hasta el punto de depender de las importaciones para sobrevivir!

¿Somos independientes? Independiente es alguien que sostiene sus opiniones, no quien se ve obligado a opinar de una determinada manera.

¿Independencia? ¿Pueden considerarse independientes los ciudadanos si la justicia los mide con distintas varas y la interpretación y aplicación de las leyes cambia según quien sea el enjuiciado?

¿Y puede considerarse ciudadano alguien que sólo por pensar distinto al gobierno de turno es considerado enemigo por este? ¿Es eso independencia?

¿Cuán independientes? ¡Amenazados con una milicia armada hasta los dientes y los garantes de la soberanía y seguridad haciéndose los locos!

No, señores, aquí no hay independencia. Lo que hay es una gigantesca falacia. Nuestros próceres perdieron su tiempo, su sangre y su esperanza. Vivimos en el peor de los dos mundos: dependientes, pero no de la Madre Patria (¡Ay, Su Majestad!).

Independencia es libertad y no hay peor esclavitud que la que proviene de la ignorancia, de las miserias humanas, de la estupidez. ¿Independientes?

lunes, 12 de abril de 2010

¡Zuas! y me la apagaba

"En la revolución eléctrica si no llueve no hay luz, pero cuando llueve se va la luz"

¡Cuánto me indigna el conformismo del venezolano! Hace dos semanas llegué al banco a las dos y media de la tarde y estaba cerrado porque no había luz. En efecto, cuando volvió la luz, abrieron las puertas. Estando en la fila para depositar, la luz ¡zuas! se volvió a ir. A la repentina oscuridad la siguió un generalizado suspiro de resignación. Nada de quejas. Silencio total.

"¡Hay que ver qué estúpidos somos los venezolanos que aguantamos todo!" dije en voz alta. Mi comentario abrió paso a una serie de comentarios -todos en la tónica de "y qué vamos a hacer". Exactamente lo que quiere el Gobierno. Acorralarnos de tal manera, acosarnos de tal manera, amedrentarnos de tal manera que la respuesta sea paralizarnos.

El jueves pasado, el presidente Chávez prorrogó la emergencia eléctrica. En otras palabras, prorrogó el que continúen los cortes y racionamientos que son sólo responsabilidad suya y de su inepto Gobierno. Desde 2003 se había advertido que la crisis de luz venía, que había que invertir, mantener, reparar. Entiendo que se dispuso de importantes recursos para ello. ¿Estará el Contralor averiguando dónde fueron a parar esos recursos?

Es indignante ver los carteles de "alto consumidor de electricidad" que han colocado en oficinas y negocios. Justamente quienes han pagado la peor electricidad al mayor precio, y encima han subsidiado a los millones que se la roban, son los "grandes culpables" de la desidia gubernamental.

"Menos mal que estamos en revolución", dijo Chávez hace unas semanas "porque no quiero imaginarme lo que hubiera sido esta emergencia eléctrica durante la IV República". Pues yo sí me la imagino: La Electricidad de Caracas hubiera seguido funcionando tan bien como siempre lo había hecho. ¡Qué desacierto tan terrible haberla nacionalizado para destrozarla, como ha ocurrido con prácticamente todo lo que se ha nacionalizado, expropiado y renacionalizado! Y Cadafe, que ciertamente no funcionaba bien, hubiera seguido dando tumbos, pero con luz la mayor parte del tiempo.

La revolución es oscuridad en todo sentido. Hace unas semanas el Gobierno decía que no había luz porque no había llovido. La semana pasada, que se fue la luz porque llovió. Yo tenía una luz, que a mí me alumbraba... y venía la revolución y ¡zuas! y me la apagaba.

lunes, 5 de abril de 2010

Rómpeme, mátame

"Los venezolanos podemos dar fe de que el masoquismo de los pueblos sí existe"

RÓMPEME, MÁTAME PERO NO ME IGNORES, NOOOO, MI VIIIIDAAAA... PREFIERO QUE TÚ ME MATES, QUE MORIRME CADA DÍA"... Recuerdo como si fuera ayer la cara de mi papá cuando escuchó la letra de la canción con la que el grupo español Trigo Limpio ganó el tercer lugar del Festival Eurovisión en 1977, que yo coreaba a todo leco en el carro mientras íbamos al colegio.

"¿Pero qué es ese horror?", me dijo. "¡Esa canción es una aberración, un himno al masoquismo!".

La verdad es que yo no había reparado en la letra. Me dejé llevar por la música y por la hermosa voz de Amaya Zaizar. "RÓMPEME, MÁTAME... ". Mi papá cambió la estación del radio. "¿Cómo puede gustarte eso?", me preguntó.

El recuerdo me viene por el desagradabilísimo asunto del boxeador "Inca" Valero y su esposa. El viernes 26 de marzo EL UNIVERSAL reportó que Valero había sido apresado por haber golpeado violentamente a su esposa, quien permanecía hospitalizada en el Hospital Universitario de Los Andes, en Mérida. Aparentemente, en la golpiza le partió una costilla, la costilla le perforó el pulmón y le ocasionó un neumotórax. Pero lo increíble de la historia no es esto, que ya es bastante triste en sí mismo. Es que dos días después la muchacha desmintió que Valero la hubiera golpeado: "trascendió que el boxeador podría quedar en libertad nuevamente puesto que su esposa, Carolina Viera de Valero, se niega a declarar a en su contra y asegura que se cayó, de manera accidental, por unas escaleras".

"RÓMPEME, MÁTAME... ".

Hay cosas de las que no me quiero enterar. Como, por ejemplo, de que la madre de la joven mantiene su misma versión.

"RÓMPEME, MÁTAME... ".

Sea por dinero, por inseguridad, por machismo, por ignorancia... por la razón que sea: para mí es absolutamente inaceptable que una mujer permita y acepte que un hombre le caiga a golpes, a ella, a su hija, o a quien sea. Porque esas mujeres enferman las sociedades, las vuelven masoquistas. Por eso no extraña que cuando llega el sádico que rompe, que mata, que maltrata, que agrede, que insulta, que destruye, la sociedad le responda "RÓMPEME, MÁTAME, PERO NO ME IGNORES... ". Hay quienes piensan que no existe tal cosa como el masoquismo de los pueblos, pero desgraciadamente los tiempos que vivimos están demostrando que no es así.

"RÓMPEME, MÁTAME... ".

Lo malo de los muertos malos

Lo malo de los muertos malos
Craso error el mío el haber mostrado a mi mamá los primeros capítulos de mi primer (y hasta ahora único) embrión de novela. Yo sabía que en mi familia los muertos dejan de ser malos en el instante en que se mueren, pero nunca imaginé que mi mamá tan comedida, tan prudente, tan equilibrada, pudiera reaccionar de manera tan poco comedida, imprudente y desequilibrada.
“¿Este es mi Tío Ramón?”... me preguntó blandiendo el fajo de hojas. De haber sido toda la vida “Ramón” a secas, ahora pasaba a ser “mi Tío Ramón”.
“¡Mi Tío Ramón no empezó a tomar a los doce años!” protestó airada.
“Bueno , mamá, ¿qué más da que haya empezado a los doce o a los quince?... es mi licencia de novelista”.
“Además, mi Tío Ramón ya está muerto… todo eso quedó atrás…”
¡Ajá! La muerte. La muerte que limpia todo lo sucio, que esconde todo lo vergonzoso, que perdona todo lo malo.
“Mejor escribes sobre otra cosa, Carolina”.
Y así ha sido… desde ese día, no he vuelto a tocar la novela… me cayó lo malo de los muertos malos.